Señor Presidente de la Cámara de Representantes, Señor Vicepresidente, miembros del Congreso y conciudadanos:
Esta noche marca el octavo año que me presento aquí a informar sobre el Estado de la Unión. Y esta última vez, voy a tratar de ser breve. Sé que muchos de ustedes están ansiosos por volver a Iowa.
También entiendo que como es temporada de elecciones, las expectativas para lo que lograremos este año son bajas. Aún así, Sr. Presidente de la Cámara de Representantes, aprecio el enfoque constructivo que usted y los otros líderes adoptaron a finales del año pasado para aprobar un presupuesto, y hacer permanentes los recortes de impuestos para las familias trabajadoras. Así que espero que este año podamos trabajar juntos en prioridades bipartidistas como la reforma de la justicia penal y ayudar a la gente que está luchando contra la adicción a fármacos de prescripción. Tal vez podamos sorprender de nuevo a los cínicos.
Pero esta noche me voy a moderar con la lista tradicional de propuestas para el año venidero. No se preocupen, tengo bastantes, desde ayudar a los estudiantes a aprender a programar en código informático hasta personalizar los tratamiento médicos para pacientes. Y seguiré insistiendo para progresar en el trabajo que todavía se necesita hacer. Arreglar nuestro sistema de inmigración que no funciona. Proteger a nuestros hijos de la violencia con armas de fuego. El mismo salario por el mismo trabajo, licencia pagada, aumento del salario mínimo Todas estas medidas todavía son importantes para las familias trabajadoras; todavía siguen siendo lo correcto y no voy a desistir hasta que se cumplan.
Pero en mi último discurso en esta cámara, no solo quiero hablar del próximo año. Quiero concentrarme en los próximos cinco años, diez años y en adelante.
Quiero concentrarme en el futuro.
Vivimos en una época de cambios extraordinarios: cambios que están redefiniendo la manera en la que vivimos, la manera en la que trabajamos, nuestro planeta y el lugar que ocupamos en el mundo. Es un cambio que promete increíbles avances médicos, pero también perturbaciones económicas que presionan a las familias trabajadoras. Promete educar a niñas en las aldeas más remotas, pero también conecta a los terroristas que conspiran contra nosotros desde el otro lado del océano. Es un cambio que puede ampliar oportunidades o ampliar desigualdades. Y, nos guste o no, el ritmo de este cambio será cada vez más rápido.
Estados Unidos ya ha pasado por grandes cambios, guerras y depresión, el influjo de inmigrantes, trabajadores que pelearon por un trato justo y movimientos que expandieron los derechos civiles. Cada vez, hubo de aquellos que nos dijeron que temiéramos el futuro, que afirmaban que podíamos ponerle el freno al cambio con la promesa de restaurar una gloria pasada si algún grupo o alguna idea amenazaba el control de Estados Unidos. Y cada vez, superamos esos miedos. Como dijo Lincoln, no nos aferramos a los “dogmas del pasado sereno”, sino que pensamos y actuamos de forma innovadora. Hicimos que el cambio trabajara en nuestro beneficio, siempre extendiendo la promesa de Estados Unidos hacia afuera, a la siguiente frontera, a más y más personas. Y, como lo hicimos, como vimos oportunidades donde otros vieron tan solo peligros, nos hicimos más fuertes y mejores que antes.
Las verdades de entonces pueden ser verdades ahora. Nuestras fortalezas únicas como nación, el optimismo y nuestra ética de trabajo, nuestro espíritu descubridor e innovador, nuestra diversidad y nuestro compromiso con el estado de derecho, estas cosas nos dan todo lo que necesitamos para garantizar nuestra prosperidad y seguridad generación tras generación.
De hecho, ese es el espíritu que hizo posible el progreso de los últimos siete años. Así es que nos recuperamos de la mayor crisis económica en varias generaciones. Es como reformamos nuestro sistema de salud y reinventamos al sector de la energía, es como facilitamos más atención y beneficios para nuestras tropas y nuestros veteranos y como aseguramos la libertad en cada estado para casarnos con la persona que amamos.
Pero ese progreso no es inevitable. Es el resultado de decisiones que tomamos juntos. Y en este momento enfrentamos dichas decisiones. ¿Responderemos a los cambios de nuestros tiempos con miedo, cerrándonos como país y volviéndonos unos contra otros? ¿O enfrentaremos el futuro con confianza en quiénes somos, los valores que representamos y los increíbles logros que podemos alcanzar juntos?
Así que hablemos sobre el futuro y sobre cuatro preguntas clave que tenemos que responder como país, independientemente de quién sea el próximo Presidente o quién controle el Congreso.
Primero, ¿cómo le damos a cada uno una posibilidad justa de tener oportunidades y seguridad en esta nueva economía?
Segundo, ¿cómo haremos para que la tecnología juegue a nuestro favor y no en nuestra contra, especialmente cuando se trata de resolver los desafíos más urgentes como el cambio climático?
Tercero, ¿cómo haremos para garantizar la seguridad de Estados Unidos y liderar el mundo sin convertirnos en la policía mundial?
Y por último, ¿cómo haremos para que nuestra política refleje nuestras mejores virtudes en vez de nuestros peores defectos?
Permítanme que empiece por la economía y un hecho básico: en la actualidad, Estados Unidos de América tiene la economía más fuerte y estable del mundo. Estamos en medio del período más largo de nuestra historia de creación continua de empleos en el sector privado. Más de 14 millones de nuevos empleos; los dos años de mayor creación de empleo desde los años 90; una reducción de la tasa de desempleo a la mitad. Nuestra industria automotriz acaba de tener su mejor año de la historia. El sector de la fabricación ha creado casi 900,000 empleos en los últimos seis años. Y hemos hecho todo esto mientras reducíamos nuestros déficits en casi tres cuartos.
Así que cualquiera que afirme que la economía de Estados Unidos se encuentra en declive está vendiendo humo. Lo que es cierto, y que es el motivo por el que muchos estadounidenses se sienten ansiosos, es que la economía ha estado cambiando de una manera profunda, cambios que comenzaron mucho antes de la Gran Recesión y que no han cedido. Actualmente, la tecnología no solo reemplaza los empleos de las líneas de montaje, sino cualquier empleo en el que el trabajo se pueda automatizar. En la economía global, las empresas pueden radicarse en cualquier lugar y están sujetas a una competencia más dura. Como consecuencia, los trabajadores tienen menos influencia para conseguir aumentos de sueldo. Las compañías tienen menos lealtad hacia sus comunidades. Y los ingresos y la riqueza se concentran cada vez más en las capas más altas de la sociedad.
Todas estas tendencias han presionado a los trabajadores, aún teniendo empleo, y a pesar de una economía en crecimiento. A una familia trabajadora se le ha hecho más difícil salir de la pobreza, se le ha hecho más difícil a los jóvenes comenzar sus carreras y más duro para los trabajadores poder jubilarse cuando lo desean. Y si bien ninguna de estas tendencias es exclusiva de Estados Unidos, atacan nuestra creencia puramente estadounidense de que todo el que trabaja duro debe tener una oportunidad justa.
En los últimos siete años, nuestro objetivo ha sido una economía en crecimiento que funcione mejor para todos. Hemos progresado. Pero debemos progresar más. Y a pesar de todos los argumentos políticos que hemos tenido en los últimos años, existen algunas áreas en las que los estadounidenses concuerdan ampliamente.
Estamos de acuerdo de que una oportunidad real requiere que todo estadounidense adquiera la educación y la capacitación necesaria para conseguir un empleo bien pagado. La reforma bipartidista de Que Ningún Niño Se Quede Atrás fue un importante inicio, y juntos incrementamos la educación para la temprana infancia, elevamos las tasas de graduación de la escuela secundaria a nuevos máximos e impulsamos a los graduados en campos como la ingeniería. En los próximos años debemos basarnos en ese progreso para ofrecer educación preescolar para todos, ofrecerle a cada estudiante las clases prácticas en ciencias informáticas y matemáticas que los preparen para un empleo desde el primer día, y debemos reclutar y apoyar más buenos maestros para nuestros niños.
Y tenemos que hacer que la universidad sea asequible para todos los estadounidenses. Porque ningún estudiante que se trabaje duro debería estar endeudado. Ya hemos reducido los pagos de los préstamos estudiantiles a un diez por ciento del ingreso de un prestatario. Ahora lo que tenemos que hacer es recortar el costo de la universidad en realidad. Ofrecer dos años de educación en colegios comunitarios gratuitos a cada estudiante responsable es una de las mejores maneras de lograrlo, y seguiré luchando por que se empiece eso este año.
Por supuesto, en esta nueva economía no solo necesitamos una excelente educación. También necesitamos beneficios y protecciones que nos ofrezcan una medida básica de seguridad. Después de todo, no es una exageración desmedida decir que las únicas personas en Estados Unidos que van a trabajar en el mismo empleo y en el mismo lugar durante 30 años, con un plan de salud y jubilación, están todas sentadas en esta cámara. Pero para todos los demás, especialmente para las personas entre los cuarenta y cincuenta años, se les ha hecho mucho más difícil ahorrar para la jubilación o recuperarse de la pérdida de un empleo. Los estadounidenses entienden que, en algún punto de sus carreras, tienen que modernizarse y capacitarse. Pero no deberían perder lo que trabajaron tan duro por construir.
Por eso es que el Seguro Social y Medicare son más importantes que nunca, no debemos debilitarlos, debemos fortalecerlos. Y para los estadounidenses que están por jubilarse, los beneficios básicos deberían ser tan móviles como todas las demás cosas son hoy en día. De eso se trata la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio. Se trata de llenar el vacío que ocurre con la atención basada en el empleador cuando perdemos el empleo, volvemos a la escuela o emprendemos un nuevo negocio, y aún tenemos cobertura. Casi dieciocho millones han obtenido cobertura hasta ahora. La inflación en el sector de la atención médica se redujo. Y nuestros comercios han creado empleos cada mes desde que se convirtió en ley.
Bien, tengo la sensación que no nos pondremos de acuerdo con el tema de la atención de la salud muy pronto. Pero debería haber otras maneras en las que ambos partidos pueden mejorar la seguridad económica. Supongamos que un buen trabajador de nuestro país pierde su empleo, no deberíamos simplemente asegurarnos que reciba seguro de desempleo, deberíamos asegurarnos de que ese programa lo aliente a que vuelva a capacitarse para una industria que esté lista para emplearlo. Si el nuevo empleo no paga lo mismo, debería haber un sistema de seguro salarial implementado para que pueda seguir pagando sus facturas. Y aunque pase de un empleo a otro empleo, igual debería poder ahorrar para su jubilación y llevarse sus ahorros con él. Esa es la manera en la que podemos hacer que la nueva economía funcione mejor para todos.
También sé que el Presidente de la Cámara de Representantes Ryan ha hablado sobre su interés de abordar el tema de la pobreza. Estados Unidos se trata de dar a todos los que están dispuestos a trabajar, y estoy dispuesto a entablar un diálogo serio sobre las estrategias que podemos respaldar todos, como la extensión de los recortes de impuestos a los trabajadores de bajos ingresos que no tienen hijos.
Pero hay otras áreas en las que ha sido más difícil ponernos de acuerdo en los últimos siete años: en especial, en lo que respecta al papel que debe desempeñar el gobierno en garantizar que el sistema no esté amañado para favorecer a los más ricos y a las grandes corporaciones. Y aquí, el pueblo estadounidense tiene que tomar una decisión.
Yo creo que nuestro pujante sector privado es el alma de nuestra economía. Creo que tenemos algunas normas anticuadas que debemos cambiar y también debemos reducir la burocracia. Sin embargo, luego de años de beneficios empresariales récord, las familias trabajadoras no van a conseguir más oportunidades ni sueldos más altos si dejamos que los grandes bancos o las grandes empresas petroleras o los fondos de cobertura se autorregulen a costa de todos, o si permanecemos en silencio ante los ataques contra las negociaciones colectivas. La crisis financiera no la causaron las personas que reciben cupones de alimentos; la provocó la imprudencia de Wall Street. Los inmigrantes no son la razón por la que los salarios no han aumentado lo suficiente; esas decisiones se toman en consejos directivos que suelen dar prioridad con demasiada frecuencia a los beneficios trimestrales en vez de a los ingresos a largo plazo. Seguro que no es la familia típica que está mirándonos esta noche quien evita pagar impuestos a través de cuentas en el extranjero. En esta nueva economía, los trabajadores, las nuevas empresas y las pequeñas empresas necesitan tener más peso, no menos. Las reglas deberían funcionar para ellos. Y este año tengo la intención de encumbrar a las numerosas empresas que se han dado cuenta de que tratar bien a sus trabajadores redunda en beneficios para sus accionistas, sus clientes y sus comunidades, de manera que podamos propagar esas prácticas recomendadas a lo largo y ancho de Estados Unidos.
De hecho, muchos de nuestros mejores ciudadanos corporativos también son los más creativos. Y esto me lleva a la segunda pregunta clave que tenemos que responder como país: ¿qué debemos hacer para reavivar ese espíritu innovador con la mira puesta en nuestros más grandes desafíos?
Hace sesenta años, cuando los rusos nos vencieron en la carrera espacial, no negamos que el Sputnik existía. No discutimos sobre los méritos científicos ni redujimos nuestro presupuesto de investigación y desarrollo. Creamos un programa espacial prácticamente de la noche a la mañana y doce años más tarde estábamos caminando en la luna.
Ese espíritu de descubrimiento está en nuestro ADN. Somos Thomas Edison y los hermanos Wright y George Washington Carver. Somos Grace Hopper y Katherine Johnson y Sally Ride. Somos cada inmigrante y empresario de Boston a Austin y a Silicon Valley, inmersos en una carrera para transformar el mundo en un lugar mejor. Y en los últimos siete años hemos alimentado ese espíritu.
Hemos defendido un Internet abierto y tomado nuevas medidas ingeniosas para que cada vez más estudiantes y estadounidenses de bajos ingresos tengan acceso a Internet. Hemos establecido una serie de centros de fabricación de última generación y herramientas en línea que proporcionan a los emprendedores todo lo que necesitan para crear una empresa en un solo día.
Pero podemos hacer muchísimo más. El año pasado, el Vicepresidente Biden dijo que si hacemos otro esfuerzo como el que nos permitió llegar a la luna, Estados Unidos es capaz de curar el cáncer. El mes pasado, él trabajó con este Congreso para otorgar a los científicos de los Institutos Nacionales de la Salud los recursos más importantes que han tenido en toda una década. Esta noche, quiero anunciar una nueva iniciativa de ámbito nacional para lograr este objetivo. Y como Joe ha luchado incansablemente por todos nosotros en tantos asuntos durante los últimos cuarenta años, lo voy a poner a cargo del Centro de Control de la Misión. Por los seres queridos que todos hemos perdido, por los familiares que todavía podemos salvar, hagamos que Estados Unidos sea el país que cure el cáncer de una vez por todas.
La investigación médica es algo esencial. Tenemos que adoptar el mismo nivel de compromiso cuando se trata de desarrollar fuentes de energía limpia.
Miren, si todavía hay personas que quieren cuestionar la evidencia científica, adelante. Estarán bastante aisladas, ya que deberán debatir contra nuestras fuerzas militares, la mayoría de los líderes empresariales de Estados Unidos, la mayoría del pueblo estadounidense, prácticamente la totalidad de la comunidad científica y 200 países de todo el mundo que están de acuerdo en que es un problema y tienen la intención de resolverlo.
Pero aunque el planeta no estuviera en riesgo, aunque 2014 no fuera el año más caliente de la historia hasta que 2015 lo superó cómodamente, ¿por qué razón querríamos dejar pasar la oportunidad de que las compañías estadounidenses produjeran y vendieran la energía del futuro?
Hace siete años, hicimos la inversión individual en energía limpia más grande de nuestra historia. He aquí los resultados. En los campos de Iowa a Texas, ahora la energía eólica es más barata que la energía contaminante convencional. En los tejados de Arizona a Nueva York, la energía solar está permitiendo a los estadounidenses ahorrar decenas de millones de dólares al año en sus facturas de electricidad, y emplea a más estadounidenses que el carbón en trabajos mejor pagados que el promedio. Estamos tomando medidas para darles a los propietarios de viviendas la libertad de generar y almacenar su propia energía —algo que los ecologistas y miembros del Tea Party apoyan conjuntamente. Mientras tanto, hemos reducido nuestras importaciones de petróleo extranjero en casi un sesenta por ciento, y hemos reducido la contaminación de carbono más que cualquier otro país de la Tierra.
La gasolina por menos de dos dólares por galón tampoco está mal.
Ahora tenemos que acelerar la transición hacia una energía limpia. En lugar de subsidiar el pasado, debemos invertir en el futuro —especialmente en las comunidades que dependen de los combustibles fósiles. Es por eso que voy a presionar para cambiar la forma en que gestionamos nuestros recursos de petróleo y carbón, para que reflejen mejor los costos que imponen a los contribuyentes y a nuestro planeta. De esa manera inyectaremos dinero en esas comunidades y darán trabajo a decenas de miles de estadounidenses en la construcción de un sistema de transporte del siglo XXI.
Nada de esto sucederá de un día para otro, y sí, hay muchos intereses creados que quieren mantener el statu quo. Pero los trabajos que crearemos, el dinero que ahorraremos y el planeta que preservaremos son la clase de futuro que nuestros hijos y nietos merecen.
El cambio climático es uno de los muchos temas en los que nuestra seguridad está vinculada con el resto del mundo. Y es por eso que la tercera gran pregunta que tenemos que responder es cómo mantener a Estados Unidos fuerte y seguro sin aislarnos ni dedicarnos a construir naciones dondequiera que exista un problema.
He dicho antes que todo el discurso sobre la decadencia económica de Estados Unidos es pura palabrería política. Y también lo es la retórica que oyen acerca de que nuestros enemigos son cada vez más fuertes y Estados Unidos cada vez más débil. Estados Unidos de América es la nación más poderosa de la Tierra. Punto. Ni siquiera está cerca. Gastamos más en nuestras fuerzas militares que las siguientes ocho naciones juntas. Nuestras tropas son las mejores fuerzas de combate de la historia del mundo. Ninguna nación se atreve a atacarnos, ni a nosotros ni a nuestros aliados, porque saben que eso les llevaría a la ruina. Las encuestas demuestran que nuestra posición en el mundo es mejor que cuando salí elegido para este cargo, y cuando se trata de asuntos internacionales importantes, la gente del mundo no busca ayuda en Pekín o Moscú —nos llaman a nosotros.
Como alguien que comienza cada día con un informe de inteligencia, sé que estos son tiempos peligrosos. Pero eso no se debe a la pérdida de la fuerza estadounidense ni a ninguna otra superpotencia amenazante. En el mundo actual, estamos menos amenazados por los imperios del mal y más por los estados en decadencia. Oriente Medio está pasando por una transformación que se desencadenará durante una generación, que parte de conflictos de hace miles de años. Los vientos económicos soplan de cara desde una economía china en transición. A pesar de sus convenios económicos, Rusia vuelca sus recursos para apuntalar a Ucrania y Siria, estados que se les escapan de su órbita. Y el sistema internacional que creamos después de la Segunda Guerra Mundial ahora le está costando seguir el ritmo de esta nueva realidad.
Depende de nosotros ayudar a rehacer ese sistema. Y eso significa que tenemos que establecer prioridades.
La prioridad número uno es la protección del pueblo estadounidense y la persecución de las redes terroristas. Tanto Al Qaeda como ahora ISIL representan una amenaza directa contra nuestro pueblo, porque en el mundo actual, un puñado de terroristas que desprecian el valor de la vida humana, incluso de la propia, pueden hacer mucho daño. Usan Internet para envenenar las mentes de los individuos dentro de nuestro país y debilitan a nuestros aliados.
Pero a medida que nos centramos en la destrucción de ISIL, afirmar que esta es la Tercera Guerra Mundial es entrar en su juego. Masas de combatientes montados en camionetas y almas retorcidas que conspiran en apartamentos o garajes resultan un gran peligro para los civiles y deben ser detenidos, pero no son una amenaza para nuestra existencia nacional. Esa es la historia que ISIL quiere contar; es el tipo de propaganda que ellos usan para reclutar. No necesitamos darles más publicidad para mostrar que somos serios, ni necesitamos alejar aliados vitales en esta lucha haciéndonos eco de la mentira de que ISIL representa una de las religiones más grandes del mundo. Solo tenemos que llamarles lo que son: asesinos y fanáticos que tenemos que localizar, perseguir y destruir.
Y eso es justo lo que estamos haciendo. Desde hace más de un año, Estados Unidos ha dirigido una coalición de 60 países para acabar con la financiación de ISIL, interrumpir sus planes, detener el flujo de combatientes terroristas y erradicar sus ideologías viciosas. Con casi 10,000 ataques aéreos, estamos acabando con sus líderes, su petróleo, sus campos de entrenamiento y sus armas. Estamos entrenando, armando y apoyando a las fuerzas que poco a poco están reclamando territorios en Irak y en Siria.
Si este Congreso se toma en serio el ganar esta guerra y quiere enviar un mensaje a nuestras tropas y al mundo, debería autorizar de una vez el uso de las fuerzas militares contra ISIL. Hagan una votación. Pero el pueblo estadounidense debería saber que con o sin la intervención del Congreso, ISIL aprenderá las mismas lecciones que los terroristas que vinieron antes que ellos. Si dudan del compromiso de Estados Unidos —o del mío— para vigilar que se haga justicia pregunten a Osama bin Laden. Que se lo pregunten al líder de Al Qaeda en Yemen, a quien eliminamos el año pasado, o al responsable de los ataques en Bengasi, a quien tenemos preso en una celda. Cuando alguien ataca al pueblo estadounidense, vamos a por ellos. Puede llevar tiempo, pero tenemos buena memoria y nuestro alcance no tiene límites.
Nuestra política exterior debe centrarse en la amenaza de ISIL y Al Qaeda, pero no puede acabar ahí. Porque incluso sin ISIL, la inestabilidad continuará durante décadas en muchas partes del mundo: en Oriente Medio, en Afganistán y Pakistán, en partes de Centroamérica, África y Asia. Algunos de estos lugares se han convertido en lugares seguros desde donde pueden operar nuevas redes de terroristas; otros serán víctimas de conflictos étnicos, o de hambruna, y fomentarán la próxima oleada de refugiados. El mundo se volverá hacia nosotros para que ayudemos a resolver esos problemas y nuestra respuesta tendrá que ser algo más que una respuesta contundente o llamados para arrasar con bombas a la población civil. Tal vez eso funcione como un buen titular para la televisión, pero no es suficiente a nivel mundial.
Tampoco podemos intentar hacernos cargo y reconstruir cada país que entre en crisis. Eso no es ser un líder; es una manera segura de acabar en un atolladero, derramando sangre y dinero estadounidense. Es la lección de Vietnam, de Irak, y ya deberíamos haberla aprendido.
Afortunadamente, hay un enfoque diferente y más inteligente, una estrategia paciente y disciplinada que emplea todos los elementos de nuestra potencia nacional. Dice que Estados Unidos siempre entrará en acción, de ser necesario por su propia cuenta, para proteger a nuestro pueblo y a nuestros aliados; pero con respecto a los temas de interés global, movilizaremos al mundo para que trabaje con nosotros, y nos aseguraremos de que otros países pongan de su parte.
Así es como vemos los conflictos como el de Siria, donde nos hemos unido a las fuerzas locales y estamos liderando esfuerzos internacionales para ayudar a esa sociedad descompuesta a conseguir una paz duradera.
Por ese motivo creamos una coalición global con sanciones y una diplomacia de principios para evitar que Irán tuviera armas nucleares. Mientras hablamos, Irán ha dado marcha atrás a su programa nuclear, ha remitido su arsenal de uranio y el mundo ha evitado otra guerra.
Así es como detuvimos la expansión del ébola en África Occidental. Nuestras fuerzas militares, nuestros médicos y nuestros especialistas en desarrollo crearon una plataforma que permitió a otros países unirse a nosotros para erradicar esa epidemia.
Así es como forjamos una Alianza Transpacífica para abrir mercados, proteger a los trabajadores y al medio ambiente, y avanzar el liderazgo de Estados Unidos en Asia. Reduce 18,000 impuestos en productos Hechos en Estados Unidos y apoya más buenos trabajos. Con TPP, China no determina las reglas en esa región, sino nosotros. ¿Quieren demostrar nuestra fuerza en este siglo? Hagan que se apruebe este acuerdo. Dennos las herramientas para hacerlo cumplir.
Cincuenta años de aislamiento a Cuba no habían servido para promover la democracia, lo que nos frenó en Latinoamérica. Por eso recuperamos las relaciones diplomáticas, abrimos las puertas a viajes y comercio, y nos posicionamos con el fin de mejorar las vidas del pueblo cubano. ¿Quieren consolidar nuestro liderazgo y credibilidad en este hemisferio? Reconozcan que la Guerra Fría ha terminado. Levanten el embargo.
El liderazgo de Estados Unidos en el siglo XXI no es una elección entre no hacer caso al resto del mundo, excepto cuando asesinamos a terroristas; u ocupar y reconstruir cualquier sociedad que se esté desmoronando. El liderazgo significa saber usar sabiamente la fuerza militar y movilizar al mundo detrás de las causas justas. Significa tratar la asistencia al extranjero como parte de nuestra seguridad nacional, no una beneficencia. Cuando estamos a la cabeza para guiar a casi 200 naciones hacia el acuerdo más ambicioso de la historia en la lucha contra el cambio climático, eso ayuda a los países vulnerables, pero también protege a nuestros hijos. Cuando ayudamos a Ucrania a defender su democracia, o a Colombia a resolver una guerra que ha durado décadas, eso fortalece el orden internacional del cual dependemos. Cuando ayudamos a los países africanos a alimentar a sus pueblos y a cuidar a sus enfermos, eso ayuda a evitar que la próxima pandemia llegue a nuestras costas. Ahora mismo estamos encaminados a dar fin al flagelo del VIH/SIDA y tenemos la capacidad de conseguir lo mismo con la malaria, lo cual voy a promover para que lo financie el Congreso este año.
Eso es fuerza. Eso es liderazgo. Y ese tipo de liderazgo depende del poder de nuestro ejemplo. Por eso voy a continuar trabajando para cerrar la prisión de Guantánamo. Es costosa, es innecesaria y solo sirve como panfleto de reclutamiento para nuestros enemigos.
Por eso necesitamos rechazar cualquier política que ataque a las personas por motivos de raza o religión. No es cuestión de ser políticamente correctos. Es cuestión de entender qué es lo que nos hace fuertes. El mundo nos respeta no solo por nuestro arsenal; nos respeta por nuestra diversidad y nuestra receptividad y cómo respetamos todas las creencias. Su Santidad, el Papa Francisco, se dirigió a ustedes desde este mismo lugar donde yo me encuentro esta noche y dijo que “imitar el odio y la violencia de los tiranos y los asesinos es la mejor forma de ocupar su puesto”. Cuando los políticos insultan a los musulmanes, cuando se vandaliza una mezquita, o cuando se acosa a un niño, eso no nos hace más seguros. No es decir las cosas como son. Sencillamente está mal. Nos debilita ante el resto del mundo. Hace que nuestros objetivos sean más difíciles de alcanzar. Y traiciona a quiénes somos como país.
“Nosotros, el pueblo”. Nuestra Constitución empieza con esas tres palabras sencillas, palabras que nos resultan tan familiares que se refieren a todo el pueblo, no solo algunas personas; palabras que insisten en que subimos y caemos juntos. Esto me lleva al cuarto punto, y tal vez lo más importante que quiero decir esta noche.
El futuro que queremos, oportunidad y seguridad para nuestras familias, un nivel de vida cada vez mayor y un planeta sustentable y en paz para nuestros hijos; todo eso está a nuestro alcance. Pero solo ocurrirá si trabajamos juntos. Solo ocurrirá si podemos mantener debates racionales y constructivos.
Solo ocurrirá si arreglamos nuestra política.
Una política mejor no significa que tengamos que estar de acuerdo en todo. Este es un país grande, con diferentes regiones, puntos de vista e intereses. Esa es también una de nuestras fortalezas. Nuestros fundadores repartieron el poder entre los estados y los distintas ramas del gobierno, y contaron con que discutiríamos, justo igual que hicieron ellos, sobre el tamaño y la forma del gobierno, sobre el comercio y las relaciones con el extranjero, sobre el significado de la libertad y los imperativos de la seguridad.
Pero la democracia sí necesita unos lazos básicos de confianza entre sus ciudadanos. No funciona si creemos que la gente que no está de acuerdo con nosotros está motivada por la malicia, o que nuestros oponentes políticos son antipatriotas. La democracia deja de funcionar si no estamos dispuestos a llegar a un compromiso; o incluso cuando se debatan hechos básicos escuchamos solo a quienes están de acuerdo con nosotros. Nuestra vida pública se marchita cuando solo reciben atención las opiniones más extremas. Ante todo, la democracia deja de funcionar cuando las personas sienten que sus opiniones no son importantes; que el sistema está amañado a favor de los ricos y poderosos o de algún interés específico.
Demasiados estadounidenses se sienten así ahora mismo. Es una de las pocas cosas que lamento sobre mi mandato; que el rencor y la sospecha entre los partidos ha empeorado en lugar de mejorar. No hay duda de que un presidente con los dones de Lincoln o Roosevelt tal vez hubiera conseguido cerrar la brecha que nos divide, y les aseguro que seguiré intentando ser mejor mientras ocupe mi cargo.
Pero, queridos conciudadanos, esa no puede ser responsabilidad solo mía, ni la de ningún presidente. Hay mucha gente en esta cámara que querría ver más cooperación, un debate más elevado en Washington, pero se sienten atrapados por la presión de verse reelegidos. Lo sé, ustedes me lo han dicho. Y si queremos que la política mejore, no valdrá solo con cambiar a un congresista o a un senador, o incluso a un presidente; tenemos que cambiar el sistema y mostrar nuestro lado más positivo.
Tenemos que dejar de dibujar nuestros distritos del congreso para que los políticos puedan elegir a sus votantes y no al revés. Tenemos que reducir la influencia del dinero en nuestra política, para evitar que un pequeño número de familias e intereses ocultos financien nuestras elecciones, y si nuestro enfoque actual hacia la financiación electoral no llega a aprobarse en los tribunales, tenemos que trabajar juntos para encontrar una solución real. Tenemos que simplificar el proceso de voto, no hacerlo más difícil, y modernizarlo para que concuerde con nuestra forma actual de vivir. Y a lo largo del año, tengo la intención de viajar por todo el país para impulsar las reformas que lo hacen.
Pero no puedo hacer estas cosas yo solo. Los cambios en nuestro proceso político, y no solo en quién sale elegido sino en cómo lo hacen, solo ocurrirán cuando el pueblo estadounidense lo exija. Dependerá de ustedes. Eso es lo que significa un gobierno de, por y para el pueblo.
Lo que les estoy pidiendo es difícil. Es más fácil ser cínicos; aceptar que el cambio no es posible, que no hay esperanza en la política y creer que nuestras voces y acciones no importan. Pero si nos rendimos ahora, cedemos un futuro mejor. Aquellos con dinero y poder ganarán más control sobre las decisiones que podrían mandar a un joven soldado a la guerra, o dejar que ocurra otro desastre económico, o perder los derechos de igualdad y los derechos de voto que generaciones de estadounidenses han conseguido con su lucha e incluso con sus vidas. A medida que aumente la frustración habrá voces que nos pedirán que nos refugiemos en nuestras tribus, que otros conciudadanos sean el chivo expiatorio, un grupo que no se parezca a nosotros, o que no rece como nosotros, o que no vote como nosotros ni comparta los mismos orígenes.
No podemos permitirnos elegir ese camino. No nos dará la economía que queremos, ni la seguridad que buscamos, pero sobre todo contradice todo lo que nos define como la envidia del mundo.
Entonces, queridos conciudadanos, sean cuales sean sus creencias, ya sea que prefieren un partido o ninguno, nuestro futuro colectivo depende de que estén dispuestos a ejercer sus obligaciones como ciudadanos. A votar. A levantar la voz. A alzarse en defensa de otros, sobre todo de los más débiles, sobre todo de los más vulnerables, sabiendo que todos estamos aquí solo porque alguien, en algún lugar, se alzó para defendernos a nosotros. Permanecer activos en nuestra vida pública para que refleje la bondad, la decencia y el optimismo que veo en el pueblo estadounidense cada día.
No va a ser fácil. Nuestra marca de democracia es difícil. Pero les puedo prometer que dentro de un año, cuando ya no ocupe este cargo, estaré a su lado como ciudadano, inspirado por las voces de la justicia y la visión, de la determinación y el buen humor y la bondad que ha ayudado a Estados Unidos a llegar tan lejos. Voces que nos ayudan a vernos no primero y ante todo como negros o blancos, asiáticos o latinos, homosexuales o heterosexuales, inmigrantes o nacidos aquí; no como demócratas o republicanos, sino primero como estadounidenses, unidos por un credo común. Voces que el Dr. King creyó que tendrían la última palabra; las voces de la verdad desarmada y del amor incondicional.
Esas voces están ahí afuera. No reciben mucha atención, ni siquiera la buscan, pero están ocupados haciendo el trabajo que se necesita hacer en este país.
Las veo en todos los lugares que visito en este país increíble que compartimos. Los veo a ustedes. Sé que están ahí. Ustedes son el motivo por el que confío tanto en nuestro futuro. Porque veo su ciudadanía callada y resistente en todas partes.
Lo veo en el trabajador en la línea de montaje que hizo turnos extra para que su compañía siguiera abierta, y en el jefe que le sube el salario para que siga trabajando para él.
Lo veo en la soñadora que se queda despierta más tarde para terminar su proyecto de ciencias, y en la maestra que llega pronto al trabajo porque sabe que algún día tal vez cure una enfermedad.
Lo veo en el estadounidense que cumplió una condena y que sueña con empezar de nuevo, y en el propietario de un negocio que le da esa segunda oportunidad. El activista empeñado en demostrar que la justicia importa, y el joven policía que hace sus rondas, que trata a todos con respeto, que hace el trabajo valiente y callado de mantenernos seguros.
Lo veo en el soldado que da casi todo por salvar a sus hermanos, la enfermera que le atiende hasta que pueda correr una maratón y la comunidad que sale a la calle a darle ánimos.
Es el hijo que encuentra el valor para ser quien es y el padre que siente tanto amor por su hijo que le ayuda a corregir todo lo que le habían enseñado.
Lo veo en la señora mayor que esperará en fila para votar el tiempo que sea necesario; el nuevo ciudadano que vota por primera vez; los voluntarios en las urnas que creen que cada voto debería contar, porque cada uno de ellos sabe de una manera u otra lo preciado que es ese derecho.
Ese es el Estados Unidos que yo conozco. Ese es el país que todos amamos. Con la mirada perspicaz. Con el corazón grande. Con el optimismo de que la verdad desarmada y el amor incondicional tendrán la última palabra. Eso es lo que me hace tener tanta esperanza en nuestro futuro. Por ustedes. Creo en ustedes. Por eso puedo ponerme aquí de pie, con la confianza de que el Estado de la Unión es fuerte.
Gracias, que Dios los bendiga y que Dios bendiga a Estados Unidos de América.
Expositores: Oscar Vidarte (PUCP) Fernando González Vigil (Universidad del Pacífico) Inscripciones aquí. Leer más
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