Las negociaciones para llegar a un acuerdo con Irán, sobre su programa nuclear, fueron consecuencia, primero, de las sanciones y, luego, de una iniciativa propiciadas por el gobierno de los Estados Unidos. En julio de 2015, el acuerdo fue suscrito por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, además de Alemania e Irán: como vimos en un artículo anterior, ningún Estado fue sometido jamás a condiciones más rigurosas que las contempladas en este. Luego, el Consejo de Seguridad de la ONU expresó su respaldo al acuerdo mediante un voto unánime.

Desde entonces, el Organismo Internacional de Energía Atómica certificó de manera periódica que Irán venía cumpliendo con los términos del acuerdo. Concluye lo mismo la comunidad de inteligencia de los Estados Unidos, que en su estimación sobre amenazas a nivel mundial de enero pasado sostenía que «seguimos considerando que Irán no realiza en el presente las actividades para el desarrollo de armas nucleares que juzgamos necesarias para producir un artefacto nuclear». En su estimación de 2007 concluía que «en el otoño de 2003, Teherán detuvo su programa de armas nucleares».

En 2018, el gobierno de Estados Unidos no sólo abandonó en forma unilateral el acuerdo que él mismo propició, sino que además aplicó sanciones contra los aliados con los que lo suscribió (por seguir siendo parte del mismo), así como contra sus empresas que hacen negocios en Irán. Ahora moviliza fuerzas militares hacia la región por presuntas amenazas de seguridad que no alcanza a precisar. En resumen, la crisis actual en torno a Irán y su programa nuclear fue creada ex nihilo por la Administración Trump.

A un año del retiro de los Estados Unidos, el gobierno iraní anunció que dejará de honrar parte de los compromisos asumidos en el acuerdo en mención. Y la causa probable de esa decisión debería suscitar preocupación. Según el analista iraní Trita Parsi, el régimen  de su país habría concluido que existe una división real entre Donald Trump, de un lado, y de otro su asesor de seguridad nacional y su secretario de Estado (John Bolton y Mike Pompeo, respectivamente): mientras Trump cree que las nuevas sanciones y amenazas contra el régimen iraní habrán de propiciar una negociación, tanto Bolton como Pompeo expresaron en forma explícita en el pasado su deseo de propiciar un cambio de régimen en Irán. Bolton, por lo demás, jamás ocultó que es partidario de una guerra con ese país. Un artículo que publicó en 2015 en el New York Times, por ejemplo, tenía el siguiente título: «Para detener la bomba iraní, bombardeemos Irán».

Pero en tanto no haya que tomar la decisión de iniciar una confrontación armada, las diferencias entre Trump y sus subalternos pueden pasar a un segundo plano. El régimen iraní estaría respondiendo por primera vez en forma desafiante a las acciones de la Administración Trump para inducirla a enfrentar la siguiente disyuntiva: o se arriesga  a una confrontación de proporciones dantescas o detiene la escalada. Llegado a ese punto, Trump ya no podría ignorar las diferencias que lo separan de Bolton y Pompeo.

El régimen iraní parece apostar a que, como ocurriera con Corea del Norte (país al que también amenazó con la aniquilación antes de congeniar con Kim Jong Un), Trump habrá de prevalecer en esa pulseada. Ojalá tenga razón.


Irán o la invención del enemigo

Farid Kahhat