Las señales del gran declive americano se acumulan. La diplomacia de Estados Unidos fracasa en cada intento de detener la masacre en Siria. Rusia le plantea desafíos dignos de la Guerra Fría. China se convierte en la mayor economía global, medida por poder adquisitivo. La influencia de Washington se vuelve difusa en América latina y pierde fuerza en Europa.
La narrativa de la decadencia es el motor de la campaña presidencial de Donald Trump : «Hagamos América grande otra vez», clama el candidato republicano.
Pero ¿asistimos de verdad al fin de la supremacía? ¿Es sólo un reflejo nostálgico que el mundo asista en vilo al duelo electoral entre Trump y la demócrataHillary Clinton que definirá dentro de ocho días al nuevo jefe de la Casa Blanca?
Mejor pensarlo dos veces. El mundo unipolar que siguió al derrumbe de la Unión Soviética se acaba, pero la magnitud del poder económico, militar, político y cultural de Estados Unidos resulta incontestable. Los expertos en geopolítica coinciden: aunque ya no ostente la hegemonía, es la única superpotencia y no dejará de serlo en un futuro cercano.
«Se ha exagerado mucho la visión de una supuesta decadencia norteamericana. La amenaza de China o la actitud hostil de Rusia son señales de un debilitamiento de la capacidad de Estados Unidos para imponer sus intereses. Estamos entrando en otra era, pero en todas las áreas decisivas su primacía se mantiene inalterable», sostiene sir Michael Leigh, experto en relaciones internacionales y directivo del German Marshall Fund.
El historiador Charles Powell, director del Real Instituto Elcano (RIE), apunta que la idea de que Washington pierde posiciones ha sido asumida por la propia administración de Barack Obama , como se refleja en su política poco intervencionista.
«El relativo declive se expresa en el sentido de que su poder, medido en función de sus recursos domésticos y su capacidad para influir en el comportamiento de otros actores, está menguando -explica-. Pero [aunque Obama acepte esa idea] tampoco contempla la sustitución de la hegemonía norteamericana por otra china, sino más bien el desarrollo gradual de un mundo en el que ninguna potencia ostente el predominio que tuvo Estados Unidos en el pasado.»
En esa lógica, el dilema que enfrenta el país no pasa tanto por la amenaza de que otro lo supere, sino por los obstáculos para la gobernanza planetaria que le plantea el ascenso de nuevos actores de alcance internacional o regional. La incapacidad para salir de la trampa siria y para poner límites a la ambición rusa son señales claras de esa limitación.
«Las elecciones presidenciales afectarán profundamente a todo el mundo justamente porque se enfrentan dos modelos antagónicos de gestionar las alianzas dentro de ese esquema de liderazgo global compartido», indica José M. de Areilza, secretario general del Aspen Institute en España.
Cualquier estadística global relevante retrata la anatomía de una superpotencia. En ningún rubro es tan patente la primacía norteamericana como en el militar. Según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (Sipri, por sus siglas en inglés), el gasto bélico de Estados Unidos en 2015 fue de 596.000 millones de dólares, un 36% del total mundial. China, a pesar de un incremento del 132% en los últimos diez años, toca el 13%, mientras que la carrera armamentística de Vladimir Putin le permite alcanzar el 4% (queda por detrás de Arabia Saudita).
«El presupuesto militar norteamericano está a años luz de sus competidores. Cualquier pretensión de rivalizar en esta materia es vana, incluso cuando la diferencia es mucho más pequeña que hace 25 años. La brecha tecnológica, el gasto sostenido en el tiempo y el dominio territorial lo hacen inalcanzable», opina el especialista en defensa Gonzalo García del Campo, en un informe del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE).
Más dudas despierta la primacía económica. El avance de China amenaza el dominio global de Estados Unidos, condenado a un crecimiento crónico de baja intensidad del orden del 2%. Este año por primera vez el Fondo Monetario Internacional (FMI) colocó a China como la mayor economía del mundo, tomando como referencia el PBI ajustado por el poder real de compra. Medido en dólares corrientes, Estados Unidos continúa en primer lugar, con un producto bruto de 18.561 billones, contra 11.391 billones de su rival asiático.
La creciente desigualdad y la frustración social que despierta ahondan la sensación de fin de época. Sin embargo, los datos fríos reflejan que la economía norteamericana goza de una salud bastante mejor que la percibida por sus ciudadanos. Puestos en el contexto global, refuerzan la noción de su liderazgo. Según el Banco Mundial, el PBI per cápita norteamericano es de 53.000 dólares, contra 6900 de China. De las 100 empresas más valiosas del mundo, 54 son de Estados Unidos (eran 32 hace 10 años). Aunque China sea el mayor exportador mundial, el 80% de las operaciones comerciales del mundo se pacta en dólares y Estados Unidos sigue siendo el principal comprador planetario.
Eso enlaza con otra faceta de una superpotencia: la innovación. De las diez mayores compañías tecnológicas del mundo, ocho surgieron en Estados Unidos. El país es responsable del 30% del dinero que se gasta en el mundo para investigación y desarrollo, a pesar de que China (15%) y Japón (10%) registraron saltos espectaculares durante la última década. El desarrollo del fracking le permitió en los últimos años convertirse en el principal productor de petróleo y gas natural. Además, las universidades norteamericanas permanecen en la cima de las mejores del mundo.
Jeremy Shapiro, ex diplomático norteamericano y actual investigador del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, señala que el papel decisivo de Estados Unidos en el equilibrio global es indiscutible, como también lo es «que la proporción de su poder y la capacidad de influir sobre otros se reduce». Considera que el relativo declive anticipa un repliegue mayor de Estados Unidos en el tablero internacional a partir del recambio presidencial: «Trump representa una visión extrema pero muy extendida entre los americanos. Un sentimiento creciente de que el país está obteniendo poco rédito de su relación con sus aliados históricos. Gane quien gane, podemos encontrarnos con una América más centrada en sí misma y menos predecible como socio internacional».
El profesor Leigh coincide en que Clinton, si gana, no podrá ignorar el humor social que refleja el ascenso tanto de Trump como del demócrata de izquierda Bernie Sanders. La imagina actuando en el mundo bajo las reglas del smart power. Una estrategia más adecuada a la era poshegemónica y que consiste en elegir sus recursos de intervención según el tamaño de sus desafíos.
Mejor pensarlo dos veces. El mundo unipolar que siguió al derrumbe de la Unión Soviética se acaba, pero la magnitud del poder económico, militar, político y cultural de Estados Unidos resulta incontestable. Los expertos en geopolítica coinciden: aunque ya no ostente la hegemonía, es la única superpotencia y no dejará de serlo en un futuro cercano.
«Se ha exagerado mucho la visión de una supuesta decadencia norteamericana. La amenaza de China o la actitud hostil de Rusia son señales de un debilitamiento de la capacidad de Estados Unidos para imponer sus intereses. Estamos entrando en otra era, pero en todas las áreas decisivas su primacía se mantiene inalterable», sostiene sir Michael Leigh, experto en relaciones internacionales y directivo del German Marshall Fund.
El historiador Charles Powell, director del Real Instituto Elcano (RIE), apunta que la idea de que Washington pierde posiciones ha sido asumida por la propia administración de Barack Obama , como se refleja en su política poco intervencionista.
«El relativo declive se expresa en el sentido de que su poder, medido en función de sus recursos domésticos y su capacidad para influir en el comportamiento de otros actores, está menguando -explica-. Pero [aunque Obama acepte esa idea] tampoco contempla la sustitución de la hegemonía norteamericana por otra china, sino más bien el desarrollo gradual de un mundo en el que ninguna potencia ostente el predominio que tuvo Estados Unidos en el pasado.»
En esa lógica, el dilema que enfrenta el país no pasa tanto por la amenaza de que otro lo supere, sino por los obstáculos para la gobernanza planetaria que le plantea el ascenso de nuevos actores de alcance internacional o regional. La incapacidad para salir de la trampa siria y para poner límites a la ambición rusa son señales claras de esa limitación.
«Las elecciones presidenciales afectarán profundamente a todo el mundo justamente porque se enfrentan dos modelos antagónicos de gestionar las alianzas dentro de ese esquema de liderazgo global compartido», indica José M. de Areilza, secretario general del Aspen Institute en España.
Cualquier estadística global relevante retrata la anatomía de una superpotencia. En ningún rubro es tan patente la primacía norteamericana como en el militar. Según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (Sipri, por sus siglas en inglés), el gasto bélico de Estados Unidos en 2015 fue de 596.000 millones de dólares, un 36% del total mundial. China, a pesar de un incremento del 132% en los últimos diez años, toca el 13%, mientras que la carrera armamentística de Vladimir Putin le permite alcanzar el 4% (queda por detrás de Arabia Saudita).
«El presupuesto militar norteamericano está a años luz de sus competidores. Cualquier pretensión de rivalizar en esta materia es vana, incluso cuando la diferencia es mucho más pequeña que hace 25 años. La brecha tecnológica, el gasto sostenido en el tiempo y el dominio territorial lo hacen inalcanzable», opina el especialista en defensa Gonzalo García del Campo, en un informe del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE).
Más dudas despierta la primacía económica. El avance de China amenaza el dominio global de Estados Unidos, condenado a un crecimiento crónico de baja intensidad del orden del 2%. Este año por primera vez el Fondo Monetario Internacional (FMI) colocó a China como la mayor economía del mundo, tomando como referencia el PBI ajustado por el poder real de compra. Medido en dólares corrientes, Estados Unidos continúa en primer lugar, con un producto bruto de 18.561 billones, contra 11.391 billones de su rival asiático.
La creciente desigualdad y la frustración social que despierta ahondan la sensación de fin de época. Sin embargo, los datos fríos reflejan que la economía norteamericana goza de una salud bastante mejor que la percibida por sus ciudadanos. Puestos en el contexto global, refuerzan la noción de su liderazgo. Según el Banco Mundial, el PBI per cápita norteamericano es de 53.000 dólares, contra 6900 de China. De las 100 empresas más valiosas del mundo, 54 son de Estados Unidos (eran 32 hace 10 años). Aunque China sea el mayor exportador mundial, el 80% de las operaciones comerciales del mundo se pacta en dólares y Estados Unidos sigue siendo el principal comprador planetario.
Eso enlaza con otra faceta de una superpotencia: la innovación. De las diez mayores compañías tecnológicas del mundo, ocho surgieron en Estados Unidos. El país es responsable del 30% del dinero que se gasta en el mundo para investigación y desarrollo, a pesar de que China (15%) y Japón (10%) registraron saltos espectaculares durante la última década. El desarrollo del fracking le permitió en los últimos años convertirse en el principal productor de petróleo y gas natural. Además, las universidades norteamericanas permanecen en la cima de las mejores del mundo.
Jeremy Shapiro, ex diplomático norteamericano y actual investigador del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, señala que el papel decisivo de Estados Unidos en el equilibrio global es indiscutible, como también lo es «que la proporción de su poder y la capacidad de influir sobre otros se reduce». Considera que el relativo declive anticipa un repliegue mayor de Estados Unidos en el tablero internacional a partir del recambio presidencial: «Trump representa una visión extrema pero muy extendida entre los americanos. Un sentimiento creciente de que el país está obteniendo poco rédito de su relación con sus aliados históricos. Gane quien gane, podemos encontrarnos con una América más centrada en sí misma y menos predecible como socio internacional».
El profesor Leigh coincide en que Clinton, si gana, no podrá ignorar el humor social que refleja el ascenso tanto de Trump como del demócrata de izquierda Bernie Sanders. La imagina actuando en el mundo bajo las reglas del smart power. Una estrategia más adecuada a la era poshegemónica y que consiste en elegir sus recursos de intervención según el tamaño de sus desafíos.
Expositores: Oscar Vidarte (PUCP) Fernando González Vigil (Universidad del Pacífico) Inscripciones aquí. Leer más
Una retrospectiva para entender los próximos cuatro años. Leer más
En la conferencia se hará una presentación de los temas más relevantes del proceso de negociación se llevó a cabo desde el 2012, así como del acuerdo de paz firmado entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC a finales del 2016. Se analizarán los desafíos y las... Leer más
El Observatorio de las Relaciones Peruano-Norteamericanas (ORPN) de la Universidad del Pacífico es un programa encargado de analizar y difundir información relevante sobre la situación política, económica y social de Estados Unidos y analizar, desde una perspectiva multidisciplinaria, su efecto en las relaciones bilaterales con el Perú.
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