El presidente del país con mayores protecciones a la prensa ha prometido investigar la publicación de información clasificada. Donald Trump estrenó su presidencia de Estados Unidos enfrentado a las principales agencias de inteligencia del país y desde el pasado 20 de enero numerosas fuentes, muchas de ellas también de su círculo más cercano, han marcado el inicio de su mandato a golpe de filtraciones. El caso de Mánchester, sin embargo, no es la revelación que le puede hacer más daño.
La publicación de los detalles sobre el artefacto empleado en el atentado de Mánchester en The New York Times gracias a datos proporcionados por la inteligencia británica a agencias estadounidenses desató este jueves la tensión entre Estados Unidos y Reino Unido, coincidiendo con la reunión de Trump con los países aliados de la OTAN en Bruselas. El comunicado de la Casa Blanca afirma que esas filtraciones “tienen su origen en agencias gubernamentales y son profundamente problemáticas”, que se han estado produciendo “durante mucho tiempo” y que cuando se trata de información sensible “representan una grave amenaza a nuestra seguridad nacional”.
La Administración Trump defiende además que el supuesto culpable “deberá ser perseguido con toda la fuerza de la ley”. Sin embargo, esa promesa choca con unas protecciones a la prensa consagradas, ratificadas desde los años setenta tras la publicación de los ‘Papeles del Pentágono’ sobre la guerra de Vietnam y que han hecho que los medios rechacen con dureza cualquier propuesta del republicano para limitar las filtraciones a los medios. El presidente que ha descrito a la prensa como “enemiga del pueblo” también defiende que solo se deben usar fuentes “con nombres y apellidos”.
En EE UU, las publicaciones solo acceden a no revelar cierta información cuando ésta puede suponer una amenaza para la seguridad nacional y acostumbran a negociar con las autoridades lo que revelarán y lo que no. Las filtraciones que condena Trump, más allá de la información sobre el atentado de Mánchester, son las que tienen que ver con él. La práctica de citar fuentes anónimas de todas las ramas de gobierno, habitual entre los medios de comunicación estadounidenses, se ha intensificado aún más con los escándalos por la supuesta colaboración entre la campaña de Trump y Rusia para ayudarle a ganar las elecciones.
El preludio del viaje de Trump a Europa ha sido una cadena de exclusivas de la prensa norteamericana basada en fuentes anónimas de su círculo más cercano. Una de las últimas exclusivas de The Washington Post sobre cómo se produjo el despido del director del FBI, citaba “las versiones independientes de más de 30 funcionarios de la Casa Blanca, el Departamento de Justicia, el FBI y del Congreso, así como personas cercanas a Trump y veteranos políticos republicanos”.
Poco después, The New York Times retrató la escena en el interior de la Casa Blanca tras el anuncio del despido, con un equipo “confundido y entre peleas”, citando a “dos asesores” que hablaron con la condición de que sus declaraciones fueran anónimas. El reportaje hablaba de que el humor del presidente era “amargo y oscuro”, que se había enfrentado con la mayoría de su equipo y que “les calificó furioso como incompetentes”, según una de esas fuentes. Los rotativos, además de minar las versiones oficiales ofrecidas por el presidente, lo han hecho gracias a las declaraciones de su equipo.
Dureza contra las filtraciones
La batalla para detener el goteo de filtraciones empezó mucho antes de Trump llegase a la Casa Blanca. El republicano afirmó el pasado invierno que las informaciones sobre la investigación a Rusia “son una desgracia, algo que solo haría e hizo la Alemania nazi”. El entonces director de la CIA, John Brennan, calificó las palabras de “atroces”. Menos de un mes después, tras la dimisión del Asesor de Seguridad Nacional, el general Michael Flynn, por mentir acerca de sus conversaciones con el embajador ruso en Washington, la Casa Blanca pidió investigar cómo había llegado la identidad de Flynn hasta la prensa.
Trump cuenta con la colaboración de los legisladores republicanos, que han intentado —sin éxito— que en cada audiencia sobre la trama rusa se investigue quién filtró cada detalle a un medio estadounidense. “La verdadera historia aquí es por qué hay tantas filtraciones ilegales en Washington”, escribió Trump en Twitter. “¿Ocurriría lo mismo si estuviera negociando con Corea del Norte?”. El Post cuestionó sus intenciones en un duro editorial: “Desconocemos si está defendiendo una de sus políticas o simplemente se está desahogando por la historia que consume su Administración”.
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