Universidad del Pacífico

Peruanos que cruzaron a pie hacia EE.UU. en busca del sueño americano

Sin agua ni dinero. Caminatas que parecen no tener fin, incluso con niños en brazos. Atravesando riachuelos. Cuidándose de víboras y otros animales peligrosos. Escondiéndose entre los arbustos. Pobreza, desesperanza, terrorismo, guerras, dictaduras. ¿Qué lleva a miles de personas a arriesgar sus vidas de ese modo para llegar a Estados Unidos?

El puesto fronterizo de San Ysidro, entre California (Estados Unidos) y Tijuana (México), es el más transitado de América. Cada día pasan por ahí 50.000 vehículos y 25.000 peatones. Entre esa multitud muchas veces se esconden indocumentados que buscan llegar a territorio estadounidense con la ayuda de los traficantes de personas conocidos como ‘Coyotes’. Este lugar está repleto de historias, entre ellas las de los peruanos Juan Santisteban y Carlos C.

— La carta —

En 1989, el Perú atravesaba por una terrible crisis social por la hiperinflación y el terrorismo. Miles de compatriotas abandonaron el país en busca de un futuro mejor para sus familias, uno de ellos fue Carlos C., quien con solo 24 años decidió emigrar hacia Estados Unidos.

El Comercio pudo acceder a la carta en la que Carlos le cuenta a su madre la odisea que vivió.

“Querida y adorada madre, llegué a mi destino sin contratiempos. No sabes cómo me siento pensando en lo lejos que te tengo. Es en estos momentos en los que te das cuenta cuánto vale una madre a tu lado… Bueno, mejor te cuento todo lo que viví porque de lo contrario me volveré un mar de lágrimas”.

Carlos salió de Lima en noviembre de 1989. “[Los ‘Coyotes’] Nos dejaron cerca de la frontera. Llegamos a unos tubos de desagüe y al pasar por ahí no nos mojamos pues caminamos con las piernas abiertas”, narra en su carta y muestra el momento en el siguiente dibujo:

Carlos C., que ahora tiene 52 años, cuenta que dentro de esos tubos todo estaba muy oscuro y que caminó así una distancia de tres cuadras. “El camino era muy largo, pero yo allá en el Perú era el ‘Rey de las latas’, andaba por las calles de Lima dando vueltas y vueltas como un pollo a la brasa”.

“Por fin se acabó el tubo y comenzamos a caminar entre piedras y luego entre ramas de árboles. Todo ese camino era como una chacra”.

“Con nosotros iba a una mujer con sus dos hijos: uno de 9 y una mujercita de 7 años. Me dio pena así que la ayudé con la pequeña por todo el camino. En ese momento le pedía a Dios que me ayudara. Llevar a la pequeña no me permitía tener rapidez. Le pedía a Dios una y otra vez que me ayudara a llegar con bien porque iba sin la mínima idea de cómo llegar”.

— Salida de Lima —

Luego de despedirse de su familia en el aeropuerto Jorge Chávez, Carlos C. pasó por Migración. Ahí le preguntaron hacia dónde viajaba y para qué. “Les contesté que me iba de paseo luego de haber trabajado duro todo este tiempo. Me dijeron: ‘Seguro estás llevando la blanca (droga)’. Les contesté que sería bueno porque así ganaría fácil el dinero, ellos se rieron y me dijeron que me vaya pronto porque mi vuelo hacia Panamá salía en breve”, relata.

Carlos C. inició su odisea hacia Estados Unidos con ayuda de una agencia de viajes que contactó desde Lima y a la que le pagó para que le facilite los accesos durante todo el trayecto. Una de las personas de dicha agencia, según cuenta Carlos en su carta, se encargó en el avión de pedirles el pasaporte a varias personas y luego les entregó las visas falsas para entrar a México.

“Llegamos a Panamá y esperamos un par de horas antes de partir hacia México. Ya en Ciudad de México nos llevaron a un hotel muy bonito con TV, radio, teléfono y una cama muy cómoda. De ahí nos llevaron a cenar, pero tuvimos que regresar a nuestras habitaciones porque Migración del país nos había seguido. Pudimos cenar después de hora y media. Luego fuimos a una charla”, continúa Carlos C.

— La odisea: Tijuana y los ‘Coyotes’ —

Carlos C. partió de Ciudad de México a Tijuana. “Salimos a las 7 a.m. del hotel. Como todo es una mafia, pasamos el control de México con las visas falsas que nos dio el contacto de la agencia. Llegamos a las 10:20 a.m. y nos llevaron a una casa que quedaba a 30 minutos de la frontera. De ahí partiríamos en dos grupos. Yo estaba en el primero.

Los mexicanos que estaban con nosotros nos sugirieron que aprendamos su dejo, pues si nos agarraban teníamos que hacernos pasar por mexicanos. El día transcurría, nosotros cantábamos, conversábamos. Hacía mucho calor”, detalla.

Los ‘Coyotes’ esperaron a que sean las 6 p.m. o como Carlos C. le cuenta a su madre: “llegó la hora de la odisea”.

Luego de pasar por las tuberías de desagüe y recorrer otro tramo a pie durante ocho horas entre piedras y luego entre ramas de árboles, Carlos C. se disponía a cruzar de madrugada las autopistas de San Ysidro.

“Salir de ahí era difícil pues había policías dando vueltas. Así que salimos de dos en dos. Nuevamente cargué a la niña porque había caminado bastante la pobre. Los policías estaban correteando a otros que habían cruzado antes y aproveché para correr. Llegamos a unas canchas de básquet y ahí esperamos media hora. Luego a seguir corriendo por donde el guía nos decía”.

“Bajo el árbol del jardín de una casa estaba el auto que nos trasladó a San Diego”. Carlos ya estaba en Estados Unidos, pero aún le faltaba cruzar por una caseta de seguridad en Los Ángeles. No había otro camino, tenía que pasar por ahí de todas maneras.

“Eran las 11:30 p.m. y la gente estaba con hambre. Cobraban un dólar por darnos de comer, pero yo no tenía dinero. Un amigo me ayudó para que pueda cenar. La comida era fea y la servían en unos platos tan pequeños como los de las tazas de té”, narra en la carta.

“Luego de pasar por la caseta de Los Ángeles, la gente ya se sentía más tranquila ya habíamos avanzado un 80%. Llegamos a otra casa, esta vez al garaje, todos exigían comida, menos yo porque solo tenía 0,25 centavos de dólar, es decir, no tenía ni voz ni voto. Ese dinero podría servirme por lo menos para hacer una llamada por si me agarraban”.

“Cuanto más largo y difícil sea el camino, mejor será la recompensa”, dice la frase. Y quizás en el caso de Carlos C. se haya cumplido.

“La mamá de la pequeña que ayudé me dio cinco dólares. No se los quise recibir, pero insistió. Con el dinero mandé mi ropa a lavar, ya que estaba muy sucia y necesitaba estar presentable para abordar el avión que me llevaría a mi destino final: San Francisco”.

“Salí a las 6.40 p.m., era mi último paso si no había problemas, subí al avión y comencé a rezar nuevamente, lo habré hecho unas 20 veces durante todo el camino hasta que por fin llegué. Las cosas salieron bien. Bajé del avión y dentro del aeropuerto me esperaba mi tía. La aventura terminó con la gracia de Dios. Le conté a la familia que tengo en EE.UU. toda mi travesía y me tomé unas latas de cerveza con mi primo”, finaliza.

Carlos demoró casi una semana en llegar a su destino. El grupo que partió después que él fue detenido y cada uno tuvo que pagar dos mil dólares de fianza.

—Juan Santisteban: la travesía de otro peruano—

Similar situación vivió Juan Santisteban en el año 1976. “Tenía una sed tremenda. Corrí por lo menos ocho horas. Tuve suerte, los helicópteros pasaron a diez metros de mí y el grupo —la mayoría mexicanos— que iba conmigo, pero no se dieron cuenta, y eso que nos enfocaron con una poderosa luz varias veces.

La sed que tenía aumentaba con el pasar de las horas. Cuando pasaban los helicópteros nos escondíamos entre los árboles, varios que tenían espinas. Yo me cubría con una casaca para que las espinas no se me incrusten en la cara”, precisa Santisteban.

A diferencia de Carlos C., Santisteban ya había vivido durante 5 años (1970 -1975) en Estados Unidos, pero fue deportado por “La Migra” [Servicios de Inmigración y Aduanas de EE.UU.] por no tener sus papeles en regla, pero decidió retornar. Y para hacerlo estaba dispuesto a todo.

Santisteban, que tenía 29 años en ese entonces, partió de Lima a la ciudad de Guadalajara, México, donde vivía su novia. De esa ciudad viajó a Tijuana para cruzar la frontera. “Ahí abundaban los coyotes [traficantes de personas], que podían ser desde taxistas hasta personas comunes de la calle”.

“Yo hice el trato con un taxista que ofreció ayudarme a pasar por 300 dólares. Él y sus cómplices me pidieron que no use ropa blanca. Luego permanecí encerrado en un cuarto por varias horas hasta que dieron las 6 p.m. Me trasladaron en un vehículo a una zona cerca de la frontera, me sacaron como un animal del carro y me dijeron que corriera. Eso fue terrible”, cuenta Santisteban.

“Los ‘Coyotes’ son unos bandidos. Con el que hice el trato me mintió, me dijo que solo correría por media hora, pero en realidad terminé corriendo durante ocho. Y no llevé agua”, agrega.

Para el ahora ciudadano americano, “lo más difícil de llegar a EE.UU. fue cruzar las autopistas (de San Ysidro) porque habían vallas con púas. Atravesamos uno encima del otro, hicimos como una especie de escalera, luego saltamos como dos metros y corrimos. Eran como las 5 a.m., la policía a esa hora hacía sus cambios de turno”.

“Llegamos a la ciudad de San Ysidro, San Diego, California. Los ‘Coyotes’ tenían ahí dos autos escondidos para trasladarnos a Los Ángeles, para nuestra mala suerte a uno de ellos se le había olvidado la llave de uno de los carros y tuvimos que entrar los 14 como salchichas dentro del vehículo que estaba disponible. Yo no quería estar sobre nadie y todos se aventaron encima de mí. La travesía fue de dos horas. Al llegar a mi destino, no pude caminar durante dos semanas. Fue una experiencia muy dura. Es muy duro cruzar la frontera”.

Se calcula que hoy en día hay más de 2.500 agentes patrullando la zona. Sin embargo, traficantes de personas ofrecen cruzar a los indocumentados por túneles por montos muy elevados, según reveló un reportaje de Univisión.

En la actualidad, son 356.512 los peruanos que viven en Estados Unidos de forma irregular y podrían ser deportados, detalló en noviembre de 2016 el canciller Ricardo Luna. También señaló que hay 1’137.340 peruanos en el territorio estadounidense.

El parlamentario andino Mario Zúñiga indicó, por su parte, que la Agencia para el Control de Inmigración y Aduanas (ICE) de EE.UU. expulsó durante el año 2016 a un total de 406 migrantes peruanos.

¿Por qué exponer su vida de esa forma?

“Yo no tuve estudios y no tenía que hacer nada en el Perú. No había oportunidades para mí en aquella época. Mi padre y mi madre eran pobres. Trabajé mucho para comprar mi pasaje. Mi sueño de vida se cumplió aquí. No me puedo quejar de este país tan bonito. Tengo 69 años y desde hace once vivo sin trabajar. Recibo dos pensiones. Vivo tranquilo”, responde Santisteban, quien además opina que el muro “ya está construido” y que lo que Trump propone es “absurdo”.

Carlos C. explica en su carta que viajó a EE.UU. por la terrible situación que se vivía en el Perú en el año 1989. Al igual que Santisteban, Carlos C. logró convertirse en ciudadano americano y tiene dos hijos nacidos allá.

Peruanos que cruzaron a pie hacia EE.UU. en busca del sueño americano

Thalía Cadenas

El Comercio

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