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Obama redibuja el mapa de América con una política no intervencionista

Cuando Obama comenzó su segundo y último mandaro, imaginar la reapertura de embajadas entre EE UU y Cuba se encuadraba en el género de la política ficción. Hugo Chávez, el líder venezolano que encabezó el frente antiestadounidense en la década pasada en América Latina, vivía. En Argentina gobernaba Cristina Kirchner, una presidenta que también jugaba la carta anti-‘yanqui’ y a quien los estadoundienses veían como una líder errática y poco fiable. La posibilidad de un acuerdo entre el Gobierno colombiano y las FARC era una hipótesis lejana. En Canadá el primer ministro era Stephen Harper, un conservador cuyas relaciones con el demócrata Obama eran mejorables por motivos que iba de la reticencia de Harper a actuar contra el cambio climático a las diferencias en la política energética.

Cuando el 20 de enero de 2017 Obama abandone la Casa Blanca, América será distinta. En Argentina, un proestadounidense, Macri, en lugar de Kirchner. En Colombia, las FARC al borde de la normalización, hasta el punto de reunirse con Kerry. En Venezuela, sin Chávez y con un sucesor, Nicolás Maduro, debilitado. En Canadá, la ‘trudeaumanía’ traspasa fronteras, como se evidenció en los agasajos que Obama dedicó a Trudeau el 10 de marzo pasado. Y Obama desafió esta semana las inercias de la historia y viajó a Cuba para reconocer la soberanía de la isla –y la legitimidad del régimen castrista–, pero también para argumentar ante los cubanos, y ante el presidente Raúl Castro, por qué la democracia es el mejor sistema para garantizar la prosperidad.

Hay que ser práctico, le dijo Obama a Castro, y reconocer que el libre mercado y la libertad individual producen más riqueza y oportunidades

Obama regresó el viernes a Washington tras un viaje de cinco días a Cuba y Argentina que ha reordenado las fichas de la geopolítica americana.

«Aunque simbólico y con pocos anuncios concretos, sin duda el viaje de Obama a Cuba fue histórico y consolidó el deshielo hacia Cuba, que se anunció hace solo 15 meses», dice a EL PAÍS Michael Schifter, presidente del Diálogo Inter-Americano, el laboratorio de ideas de referencia en Washington sobre asuntos americanos. «En EE UU, las voces críticas cuestionaron el momento del viaje más que la visita en sí, lo que muestra cuánto se ha avanzado en este tema en muy poco tiempo. El próximo presidente podría mantener o no el entusiasmo de Obama por avanzar en las relaciones con Cuba, pero es casi imposible que se dé marcha atrás con la normalización diplomática».

Lógicamente la etapa argentina del viaje ha tenido menor proyección mediática, pero es fundamental en el ‘reset’ –la puesta a cero del contador– de Obama con América Latina.

«Que Argentina sea hoy uno de los principales aliados de los EE UU en el hemisferio muestra cuánto ha cambiado la política de la región en poco tiempo», dice Shifter. «En una América Latina repleta de dificultades económicas y serias crisis políticas para muchos presidentes, Obama envió un fuerte respaldo a la política de apertura económica del gobierno de Macri y a sus esfuerzos por normalizar la macroeconomía argentina. Aún falta tiempo para saber si las reformas servirán para impulsar el crecimiento en Argentina, pero esta visita es un buen comienzo para una etapa de mayor cercanía entre ambos países».

Todo puede cambiar cuando Obama abandone la Casa Blanca y le sustituya alguien con otras prioridades e intereses. Las relaciones de EE UU con Argentina son pendulares: en 1997, cuando el presidente Bill Clinton visitó Argentina, los titulares, muy parecidos a los de estos días, anunciaban una nueva alianza, que en la década siguiente se frustró. Y al aproximación a Cuba es una apuesta incierta: está por ver si el Gobierno cubano cumplirá los planes para abrir la economía al ritmo que desea Washington y menos claro está aún que el deshielo derive en una liberalización política.

Pero en La Habana, con Castro y con empresarios, hablando a los cubanos en un discurso televisado y recibiendo a disidentes del en privado, Obama parecía un líder cómodo en su papel, incluso disfrutando, como no se le ve cuando hace política en EE UU. Algo similar ocurrió en Buenos Aires.

Uno de los momentos del viaje donde se vio a este Obama fue una reunión con jóvenes en un centro cultural del popular barrio de La Boca, en Buenos Aires. Los jóvenes preguntaban lo que querían, sin guion, y Obama respondía. En una de las respuesta, ofreció un buen resumen de su visión política, más allá de las caricaturas y de las batallas ideológicas que han dividido a América Latina.

Obama puso un ejemplo de este sentido práctico. Explicó que en La Habana le había dicho a Castro que con su sistema había logrado elevar el nivel educativo y la esperanza de vida los cubanos, pero que la economía parecía estancada en los años cincuenta. Hay que ser práctico, le dijo Obama al mandatario, y reconocer que el libre mercado y la libertad individual producen más riqueza y oportunidades.

«En el pasado ha habido una división aguda entre izquierda y derecha, entre capitalismo y comunismo, o socialismo», dijo Obama a los estudiantes. «En especial en las Américas, ha sido un gran debate, ¿no? Son debates intelectuales interesantes, pero vuestra generación debería ser práctica y elegir lo que funciona».


Obama redibuja el mapa de América con una política no intervencionista

Marc Bassets

El País     27 de marzo de 2016

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