El Partido Republicano llega transformado al final de la presidencia de Barack Obama. Es un partido más derechista e imprevisible. La fracción radical, que ha bloqueado las iniciativas del presidente demócrata, se vuelve contra los jefes del partido. Las dificultades para encontrar a un speaker —el presidente de la Cámara de Representantes— reflejan las divisiones. En la campaña para suceder a Obama en las presidenciales de 2016, los aspirantes sin experiencia política y contrarios al establishment encabezan los sondeos del campo republicanos.
En su principal bastión de poder, el Congreso, el Partido Republicano carece de líder. El 25 de septiembre, John Boehneranunció que abandonaba el cargo de presidente de la Cámara de Representantes, el segundo, tras el vicepresidente, en la línea de sucesión del presidente de EE UU. Boehner se declaró harto de los “falsos profetas” de la derecha del grupo parlamentario.
Quien debía sustituir a Boehner era Kevin McCarthy, el líder de la mayoría en la Cámara de Representantes. El jueves, por sorpresa, McCarthy anunció que renunciaba al cargo. Tampoco se veía con fuerzas de domesticar a la cuarentena de congresistas más conservadores.
Al historiador Geoffey Kabaservice, autor de Rule and ruin (Lidera y arruina), un ensayo sobre el declive de los republicanos moderados, los rebeldes le recuerdan a Barry Goldwater, el senador por Arizona que fue el candidato republicano a las elecciones presidenciales de 1964.
El extremismo en la defensa de la libertad no es ningún vicio”, decía Goldwater. “Y déjenme recordarles”, añadía, “que la moderación en la persecución de la justicia no es ninguna virtud”. La libertad y la justicia consistían en una oposición rotunda a la expansión de los poderes del Estado federal, y en una defensa a ultranza del libre mercado. El radicalismo de Goldwater se volvió contra los republicanos. Permitió a su rival, el demócrata Lyndon B. Johnson, lograr una de las victorias más amplias en unas presidenciales. Con el Congreso a favor, Johnson pudo aprobar leyes progresistas como la sanidad gratuita para los más pobres y los mayores de 65 años.
La revuelta actual tiene sus orígenes más próximos en el Tea Party, el movimiento populista que, tras la elección de Obama en 2008, resucitó al decaído Partido Republicano con una oposición virulenta al Obamacare —el nombre coloquial por el que se conoce la reforma sanitaria de 2010— y al intervencionismo económico de la Administración Obama. El origen más inmediato, según Kabaservice, son las legislativas de 2014, en las que el Partido Republicano se hizo con el control del Senado y la Cámara de Representantes.
“Hay un segmento de la base republicana que está muy enfadado”, dice Kabaservice. “Creían que las elecciones de 2014 representaban el repudio de Obama y que, como los republicanos tenían el control del Congreso, repudiarían el Obamacare y otras innovaciones de Obama. Simplemente no entienden por qué sucede esto. Y han concluido que han sido traicionados por los líderes del Congreso y por los rinos, que es el término que usan para referirse a cualquiera que tenga interés en gobernar”.
Rino es el acrónimo inglés de “republicanos sólo de nombre”. El enemigo no es sólo Obama sino Boehner y sus aliados en el establishment. Los rebeldes se encuadran en foros como el Freedom Caucus, o Grupo de la Libertad, hostil a cualquier concesión a los demócratas y a las élites de su partido. Son una minoría sin voluntad para construir consensos, pero capaz de forzar medidas extremas, como el cierre de la Administración federal por falta de presupuesto o la suspensión de pagos si el Congreso impide elevar el techo legal de endeudamiento.
La campaña para la nominación del Partido Republicano a las presidenciales de noviembre de 2016 es un mundo distinto al del Capitolio, pero las fracturas son similares. Faltan tres meses y medio para que arranque el proceso de primarias y caucus (asambleas electivas) que decidirán al nominado, pero hoy el magnate Donald Trump, el neurocirujano Ben Carson y la exdirectiva de Hewlett-Packard Carly Fiorina son los favoritos. Los tres, con un mensaje antipolítico.
Que uno de los tres sea el nominado no es seguro. Y es probable que, pese a las turbulencias, el Partido Republicano siga manteniendo el control del Congreso. Aunque así sea, queda la polarización, la crispación, la parálisis. También este es el legado de los años de Obama.
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