Una fantasía recorre la industria petrolera. Desde países exportadores a inversionistas en empresas de energía se propaga la ilusión de que, gracias al derrumbe de los precios del crudo, la producción de petróleo no-convencional en Estados Unidos disminuirá irremediablemente. Según esa lógica, los grandes productores tradicionales podrán retomar el control del mercado mundial para llevarlo nuevamente hacia los 100 dólares por barril.
Esta quimera es seductora por varias razones. No faltan interesados en que el petróleo vuelva a ser mucho más caro, entre ellos varios gobiernos en aprietos fiscales por la merma de ingresos petroleros e innumerables activistas que abogan por un mundo libre de hidrocarburos.
Pero quienes promueven esta ilusión ignoran tres factores concretos de la producción de crudos no-convencionales en Estados Unidos: su magnitud, su productividad y su velocidad.
El panorama de la industria energética cambió radicalmente durante los últimos 10 años debido al fracking, como se conoce popularmente a la combinación de tecnologías que facilitó la extracción de crudo y gas natural contenidos en rocas de esquistos. El fracking permitió explotar una masiva cantidad de recursos que antes no se podían desarrollar comercialmente.
Estas tecnologías revolucionaron la producción petrolera en Estados Unidos. En tan sólo siete años casi duplicó su producción de crudo hasta llegar a un récord de 13 millones de barriles diarios el año pasado, un incremento equivalente a la producción combinada de Brasil, México y Venezuela.
Hoy por hoy, Estados Unidos tiene reservas técnicamente recuperables de crudos no-convencionales de unos 90.000 millones de barriles. Esta cifra sin duda aumentará en la medida que se mejoren, como está sucediendo, las tecnologías de desarrollo de los yacimientos. Sólo con las reservas recuperables actuales, Estados Unidos puede mantener su nivel de producción de crudos no-convencionales por más de 40 años.
En otras palabras, la producción de crudos no-convencionales en Norteamérica está aquí para quedarse.
Por sus características y organización, la producción de petróleo no-convencional en Estados Unidos no tiene paralelo en ninguna otra parte del mundo. Las formas de propiedad a lo largo de la cadena de valor incentivan la competencia, la cual se traduce en constantes incrementos de productividad y reducciones de costos.
Una primera singularidad es la propiedad privada de los recursos del subsuelo. Los dueños de las tierras pueden vender los derechos de explotación a inversionistas petroleros. En el resto del mundo, el subsuelo pertenece al Estado nacional. En Estados Unidos, los propietarios del petróleo son cientos de miles de terratenientes, que deciden por su propia cuenta cómo, cuándo y con quién explotar sus recursos.
Una segunda particularidad es que, en Estados Unidos, todos los actores en el resto de la cadena también son privados. Típicamente, un inversionista compra al terrateniente los derechos de explotación del subsuelo. El inversionista luego contrata con empresas especializadas en perforación horizontal, fracturación hidráulica y terminación de pozos. El transporte del petróleo a los centros de consumo también está a cargo de agentes privados.
El incentivo por maximizar ganancias llevó a las operadoras a reducir el tiempo de perforación en más de 60 por ciento (de 22 a 9 días) y a mejorar las técnicas de fracturación hidráulica, aumentando la producción inicial por pozo en más de 40 por ciento (de 533 a 767 barriles por día) entre 2011 y 2014, cuando los precios se mantuvieron en un promedio de 100 dólares por barril.
Es razonable suponer que una caída de 60 por ciento en los precios del crudo, como se registró el año pasado, generó aún más incentivos para aumentar la productividad. En 2014 se hablaba de 60 dólares por barril como el umbral para activar la producción de crudo no-convencional. Un aumento de productividad de 17 por ciento colocaría ese precio en 50 dólares por barril. A partir de ahí, volverá a crecer la producción de crudo no-convencional en Estados Unidos.
La producción de petróleo no-convencional puede incrementarse rápidamente, partiendo de inversiones relativamente pequeñas, luego de que el mercado percibe una señal de alza de precios. Perforar, “fracturar” y terminar un pozo de petróleo no-convencional insume unas seis semanas. A modo de ejemplo, en la formación de Eagle Ford, en Texas, un pozo promedio cuesta apenas 7 millones de dólares y produce unos 300 mil barriles en 18 meses.
Por el contrario, el desarrollo de un yacimiento convencional requiere la perforación simultánea de un número de pozos, lo cual significa una mayor inversión inicial y más tiempo para llegar a la fase de producción.
La revolución del fracking llevó a Estados Unidos a ser de nuevo el primer productor mundial de petróleo. Por las singulares características de cómo se organiza la producción no-convencional y la magnitud de sus reservas, continuará jugando un papel determinante en el mercado mundial. El costo de producción del crudo no-convencional norteamericano fijará un techo al precio internacional por el futuro previsible.
Cualquier otra interpretación es pura fantasía.
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