En pleno periodo electoral, la política de Estados Unidos entró ayer en una dimensión desconocida. Una muerte inesperada puede cambiar de forma decisiva el balance del poder. El magistrado del Tribunal Supremo Antonin Scalia, de 79 años, falleció en Texas por causas naturales.
La defunción de Scalia, uno de los magistrados más de derechas, nombrado por el presidente Ronald Reagan en 1986, ofrece al presidente Barack Obama la oportunidad histórica de decantar el máximo órgano judicial del país hacia los demócratas y hacia posturas más de izquierdas. Horas después de dar el pésame, Obama ha comparecido para anunciar sus intenciones. “Cumpliré con mi responsabilidad constitucional de nominar a un sucesor en el tiempo previsto”.
Los republicanos se afanaron a decir que Obama tiene “cero posibilidades” de nombrar a un progresista por cuanto disponen del control de la mayoría en el Senado, que lo debe ratifica. Así lo dijo en un tuit el senador Mike Lee, responsable en esta cámara del comité judicial.
El poder del Supremo es enorme. Tiene capacidad para modificar la política del gobierno. Esta semana, los cinco conservadores (Scalia incluido), y con la oposición de los cuatro progresistas, bloquearon la legislación medioambiental de Obama. Si hubiera sido por él, la reforma sanitaria u Obamacare estaría fuera de servicio hace tiempo. Scalia, tremendamente opuesto al aborto o a los matrimonios gais, fue uno de los miembros del Tribunal que decantó hacia George W. Bush las elecciones del 2000, en perjuicio de Al Gore.
La Casa Blanca emitió un comunicado de condolencia: “el presidente y la primera dama ofrecen sus más profundas condolencias a la familia del magistrados Scalia”.
La noticia, lanzada por las autoridades de Texas, la confirmó el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, en un comunicado. “En nombre del Tribunal y de los jueces retirados, me entristezco al deber de informar de que nuestro colega Antonin Scalia ha fallecido”. Utilizó el calificativo de “extraordinaria persona y jurista”.
Pero todavía con el cadáver caliente, con la policía indagando, pese a que todos los indicios señalan a una muerte no criminal, los candidatos republicanos en la carrera hacia la Casa Blanca mezclaron los pésames con las advertencias.
El senador Ted Cruz fue uno de los más contundentes. Como miembro de una cámara que dominan los de su grupo, Cruz descartó que Obama tenga opción de nombrar a uno jurista de su cuerda, que decantaría el máximo órgano del poder judicial hacia el lado demócrata. El senador Harry Reid, líder de la minoría demócrata, replicó de inmediato que dejar vacante por tanto tiempo ese puesto sería “una dejación de poder imperdonable”.
Ayer se vio lo importante que fue para los republicanos que en las elecciones de medio mandato se hicieron con el control del Senado. El presidente de la cámara, Mitch McConnell terció que los estadounidenses deben de tener voz en este recambio. “La vacante no debe ser cubierta hasta que no haya un nuevo presidente”, remarcó.
Los expertos matizaron, sin embargo, que no es tan factible que el Supremo quede paralizado por tanto tiempo. El empate a cuatro haría que el Supremo estuviera inoperante respecto a cualquier tema decisivo. Faltan nueve meses para las elecciones y casi un año para la tomar de posesión del nuevo presidente del país, y esto es mucho. Pero que los republicanos acepten un candidato fiel a Obama es algo que causa profundo disgusto en sus filas.
Scalia nació y creció en Nueva York, hijo de una familia de origen italiana. Desde niño destacó por su inteligencia y por su capacidad de absorber información como una esponja. Su personalidad y su formación intelectual le convirtieron en un líder entre los juristas conservadores. Algunos le consideran “el jurista más influyente de los últimos 25 años”.
Desde la jubilación en el 2010 del magistrado John Paul Stevens, Scalia es el que más tiempo lleva prestando servicio en el Supremo. Fumador empedernido, aficionado al béisbol, cazador (de hecho este fin de semana había sido invitado para practicar este ejercicio) y pianista. En no pocas fiestas se dejaba ir y echaba a cantar. Ruth Bader Ginsburg, su máxima rival en el Tribunal, afirmó que Scalia era “un hombre encantador”.
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