Hace cinco meses anunciábamos que las primarias en Estados Unidos enfrentarían a candidatos centristas y populistas (un término que, en EE UU, carece de las connotaciones negativas que tiene en Europa). Este choque se veía venir, pero pocos anticipaban su magnitud. A escasos días de que comience la tercera ronda de primarias, en Nevada y Carolina del Sur, demócratas y republicanos se encuentran sumidos en profundas guerras internas.
En el Partido Demócrata, esta dinámica enfrenta a Hillary Clinton y Bernie Sanders. Cuando lanzó su campaña en abril de 2015, la ex secretaria de Estado de Barack Obama (2009-13), centrista y pragmática, contaba con una financiación abrumadora, el apoyo de los pesos pesados de su partido y la fama que le otorgan dos décadas en primera plana política. Se asumió que barrería a unos rivales más simbólicos que reales.
Diez meses después, Clinton está empantanada, luchando contra un hasta ahora desconocido socialista de 74 años. Clamando por una “revolución política” como antídoto contra la avaricia de Wall Street, Sanders, senador por Vermont, logró un empate técnico en los caucus de Iowa (celebrados el 2 de febrero). La semana siguiente, arrasó por 22 puntos en las primarias de New Hampshire, un estado que en el pasado resucitó las campañas del matrimonio Clinton (Bill en 1992, Hillary en 2008). Sanders ganó incluso el voto femenino, supuesto granero de su adversaria. Pero la mayor diferencia es la generacional: cuatro de cada cinco demócratas con menos de 30 años apoyan la candidatura de Sanders.
Desigualdad y precariedad
El ascenso meteórico de Sanders refleja un profundo malestar en la economía y sociedad estadounidenses. EE UU capeó la crisis mejor que Europa y el paro ronda el 4% de la fuerza laboral, pero la precariedad y la desigualdad económica han hecho mella en un electorado frustrado, que exige soluciones contundentes. La respuesta de las bases republicanas es Donald Trump y la xenofobia; el de las demócratas, Sanders y su “revolución política.”
Aunque las comunidades más vulnerables son las negras y latinas, amenazadas por la brutalidad policial y duras leyes anti-inmigración, la inseguridad económica también amenaza a la América blanca. Un estudiode Anne Case y Angus Deaton (premio Nobel de Economía en 2015), publicado en noviembre, presenta un panorama inquietante. Entre los americanos blancos, y especialmente entre los que cuentan con un nivel bajo de ingresos, el aumento en suicidios, alcoholismo, el consumo de opiáceos y heroína han disparado los índices de mortalidad. New Hampshire, un estado relativamente próspero, se encuentra en el ojo del huracán: durante la última década, el consumo de heroína ha aumentado un 90% y el de opiáceos se ha multiplicado por cinco. Deaton compara la magnitud de esta epidemia con la del sida, hoy en retroceso, pero responsable de 650.000 muertes en EE UU. En el resto de los países desarrollados, la tendencia es precisamente la inversa.
En este contexto, el clamor Sanders contra una economía amañada por el “Establishment” hace mella. Clinton cuenta con un abanico de donantes millonarios y cobró 675.000 dólares por dar dos charlas para banqueros de Goldman Sachs, por lo que tiene difícil presentarse como una enemiga del status quo. Paradójicamente, es Sanders quien está recaudando más dinero, a través de una campaña demicrodonaciones sin precedentes.
La ex secretaria de Estado ha respondido identificando a su rival como un candidato monotemático, centrado exclusivamente en castigar a los grandes bancos. Sanders cuenta con más propuestas clave –sanidad pública y gratuita, financiación pública de universidades, reforma del sistema de financiación electoral–, pero Clinton, postulándose como la opción pragmática, las considera irrealizables. También presenta su experiencia en política exterior como aval, aunque Sanders ha criticado su apoyo a la invasión de Irak y su amistad con Henry Kissinger.
Los votantes negros y latinos aún se decantan por Clinton. Su campaña espera que actúen como un “cortafuegos” en Nevada y Carolina del Sur, estados que cuentan con más minorías étnicas que Iowa y New Hampshire. Sanders no se lo pondrá fácil. Tras ganar New Hampshire, se ha hecho con la simpatía de intelectuales negros destacados, como Michelle Alexander y Ta-Nehisi Coates. También se ha reunido con Al Sharpton, un influyente activista y organizador en comunidades negras. Erica Garner, una activista cuyo padre murió estrangulado por la policía, le ha otorgado su apoyo en un vídeo emotivo.
Todo señala que la campaña se mantendrá competitiva, prolongándose hasta bien entrada la primavera. La zanja que separa a las élites y las bases del partido –y en especial a los votantes jóvenes– se ha convertido en un elemento determinante de cara a las elecciones presidenciales y el futuro del Partido Demócrata.
JORGE TAMAMES
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