Universidad del Pacífico

Historias secretas de Brooklyn

En el comienzo de esta historia hay un padre fotógrafo y un hijo metido a detective, decidido a que el trabajo de su papá, muerto varias décadas antes, no caiga en el olvido. En su backstageinsospechado vibran una semana de marzo de 1958, fotografías en blanco y negro de la vida en las calles de Brooklyn y un ensayo chispeante – A House on the Heights – que el mismísimo Truman Capote, le dedicó a ese distrito neoyorquino, cuando vivir allí no era sofisticado ni chic y el autor de A sangre fría , precursor en varios campos, ya se había mudado a una mansión de veintiocho habitaciones, construida en 1820 y ubicada en el número 70 de Willow Street, cerca de la Explanada de Brooklyn Heights. Un barrio donde el precio medio de una casa roza hoy los dieciséis millones de pesos.

Lo que sigue es la historia de cómo más de cincuenta años después de ser escrito por Capote para la revista Holiday , aquel ensayo llegó a editarse junto con las fotos tomadas por David Attie, que debieron acompañarlo en su momento y que permanecieron inéditas hasta ahora. Setenta y cinco imágenes de Brooklyn que documentan con exquisita sensibilidad y gran ojo una época ida: tiempos de floristas que repartían sus pedidos en carros tirados por caballos, de hombres que usaban sombrero y se afeitaban a navaja y chicos que jugaban en la calle al salir de la escuela, mientras los miembros de las ONG locales sacaban sus sillas a la vereda para discutir el orden del día.

Capote ocupaba en verdad sólo dos cuartos del sótano de la casa, que le alquilaba al escenógrafo Oliver Smith; un dato que él normalmente callaba y que no le impedía alardear ante sus amigos de toda la residencia, sus chimeneas de mármol y su escalera imperial cuando el dueño salía. Estos elementos, que bastarían para seguir galvanizando la leyenda del padre de la novela de no ficción, confluyen en un libro exquisito que acaba de publicarse en los EE.UU.: Brooklyn: Una memoria personal de Truman Capote. Con las fotografías perdidas de David Attie (The Little Bookroom). La novedad de esta edición –que coincide con la reciente salida en la Argentina de la Biblioteca Capote, publicada por Lumen– es presentar por primera vez las fotos de Attie que formaban parte del proyecto original y que incluyen tres retratos desconocidos del autor de Desayuno en Tiffany’s , uno de los grandes escritores de la narrativa estadounidense del siglo XX.

Entre espías y anticuarios
Aunque los números ya no son los de los años 50, Brooklyn sigue ofreciendo más metros cuadrados que Manhattan por el mismo precio. Martin Amis y Paul Auster son dos de los escritores que lo han elegido para vivir y la comunidad artística no para de crecer en barrios como Park Slope y Cobble Hill, donde bares y negocios compiten derrochando atmosphere . Pero no siempre fue así.

“Vivo en Brooklyn. Por elección”, inicia Capote su ensayo, tratando de explicar por qué se decidió por una comunidad que define como “poco atractiva” en su conjunto, ironizando sobre la “verdadera estepa de mal gusto” que subrayan nombres de calles y áreas como Flushing Avenue (algo así como Avenida del desagote) o Flatbush (arbusto chato). Pero luego, se aboca a lo que hace como nadie: observar y registrar con la curiosidad, la precisión y el desapego analítico de un entomólogo los detalles únicos y convencer al lector de que no podría haber vivido en otro sitio. Una comunidad, muy distinta del “estancamiento provinciano”, donde, por ejemplo, pescaron al coronel Rudolf Ivanovich Abel, agente secreto ruso, “el mayor espía jamás atrapado en América” en un edificio situado justo “entre el negocio de delicatessen de David Semple y el taller de reparaciones de televisores de Frank Gambuzza”. Gambuzza, cuenta Capote, “sonriente como si él mismo hubiera hecho el trabajo”, llegó incluso a ser fotografiado por la revista Life en ocasión de la detención en 1957 (Spielberg llevó al cine el caso en 2015 en Bridge of Spies).

El ensayo de Capote fue editado en forma de libro en 2001 con un prólogo de George Plimpton que esta versión también recupera, pero sin las fotografías de David Attie, desconocidas por los editores. Fotógrafo comercial y de estudio durante un cuarto de siglo, Attie fue uno de los protegidos del director de arte Alexey Brodovitch, quien también auspició las carreras de fotógrafos tan prestigiosos como Richard Avedon e Irving Penn. Su trabajo se publicó en revistas ( Vogue, Holiday, Glamour y Esquire entre otras) y afiches publicitarios; las exhibió en muestras y editó algunos libros, entre ellos, uno, Russian Self-portraits (1977), que recopiló retratos tomados en Kiev como resultado de un programa de intercambio cultural con la URSS, durante la Guerra Fría. Pero más allá de estas experiencias, ahondó en lo que él definía como su sello personal: montajes fotográficos realizados a partir de collages de varios negativos, que empezó a desarrollar en los años 50. Murió a comienzos de los 80, antes de Internet y de la frenética digitalización de la imagen que permitió la viralización de las fotografías de contemporáneos suyos, en tanto su nombre continuaba siendo un secreto para el gran público.

Ya en este siglo, su hijo Eli –guionista de series como The West Wing y House y ex asesor político de Bill Clinton y Al Gore– se propuso dar a conocer el trabajo de su padre y comenzó a revisar sus archivos. Se entusiasmó con unas tomas de The Band, de 1969. Pero nadie quiso publicarlas. Un amigo suyo, productor de rock, le aconsejó que buscara más retratos de gente famosa: “Es el único modo de que alguien se interese”, se sinceró. Fue entonces cuando Eli encontró el sobre que lo cambiaría todo. “Holiday, Capote A3/58”, decía la cubierta. Al revelar los negativos, se quedó con la boca abierta: “Eran los retratos de Capote más cools que había visto, enmarcados como tomas de una película de Hitchcock. Allí estaba el aún joven escritor de ojos acerados creando su propia mitología frente a la cámara”, describe Eli, que hasta entonces no sabía siquiera que su padre había conocido al autor.

Consiguió en E-bay el número de Holiday en el que se había publicado el ensayo de Capote, en febrero de 1959. Y para su sorpresa comprobó que sólo se habían usado cuatro tomas del barrio y ni uno de la veintena de retratos del escritor que su padre había tomado. La omisión es explicable. Truman Capote, que para la época de estas fotos tenía 34 años, era un escritor conocido, pero distaba aún del éxito internacional que ganaría tras la publicación de A sangre fría (1966), su reconstrucción del asesinato de los Clutter, una familia de granjeros de Holcomb (Kansas) y el relato del destino de los dos homicidas, Dick Hickcock y Perry Smith.

¿Cómo había llegado su padre a fotografiar a Capote? Remontando la historia hacia atrás, Eli descubrió que se habían conocido poco tiempo antes, cuando Alec Brodovitch, cautivado por los montajes experimentales que por esa época realizaba Attie, sugirió su nombre a la revista Bazaar , que estaba por publicar Desayuno en Tiffany’s . El proyecto no resultó (la nouvelle, que llegaría al cine en 1961 protagonizada por Audrey Hepburn, se publicó finalmente en Esquire ) pero a Capote le gustaron las fotos de Attie y todo hace suponer que cuando Holiday le encomendó el ensayo, fue él mismo quien recomendó a David Attie para tomar las fotos.

El descubrimiento entusiasmó a la editorial original, The Little Bookroom, que aceptó reimprimir el ensayo con las imágenes de Attie que reflejan la amorosa mirada de un artista nacido en Brooklyn, capaz de volver y perderse en sus calles siguiendo a Capote, pero tomándose el tiempo además para registrar una cotidianidad sin prisas: los jubilados que toman sol en las plazas, gente leyendo el diario en Borough Hall, fiestas familiares, escolares de parranda, vecinos conversando en las esquinas… Sorprende en esas tomas –fotos de mediano formato con negativos de 6×6, de calidad superior a las de 35 mm y sacadas seguramente con una cámara Rolleiflex, una de las que Attie usó a lo largo de su carrera– la llaneza cálida de los modelos, que miran al fotógrafo sin posar y casi asombrados de que alguien pueda interesarse en ellos.

A lo largo de quince páginas Capote despliega su Brooklyn personalísimo, que comienza en la casona de Willow Street y en su barrio, Brooklyn Heights, que a partir de los años 40 alojó a intelectuales ilustres como W. H. Auden, Paul y Jane Bowles y Carson McCullers, entre otros. Desgrana anécdotas sobre la gente y los lugares: el callejón St. George, poblado de gatos, “tantos como pececillos en un arroyo”; un restaurante como Gage y Tollner, que lo convirtió en “aficionado al cangrejo”, acompañado con una copa de Chablis helado, los cafés del barrio árabe-armenio y “el hotel fantasma”, destino final de muchas de sus caminatas. Además de una jungla maravillosa de comerciantes, por ejemplo, George Knapp, anticuario al que sus amigos llamaban “padre”, que recorría el mundo en busca de “basura gloriosa”: lámparas de Barcelona, jarras de boticario de una vieja farmacia inglesa o “un aviario de búhos bajo una grandiosa campana de cristal”. Cosas que “verá usted en la calle 57 a un precio cinco veces mayor”.

Las fotos de Attie reflejan ese espíritu en ebullición que Capote narra y le suman relatos paralelos: cada imagen condensa más de una historia y varios niveles de sentido. Y permiten una reflexión adicional sobre la dificultad de juzgar el talento propio. Temprano maestro en un arte que no le interesaba desarrollar, el artista afirmó alguna vez: “Nunca hice las paces con la fotografía en su expresión más simple, documental. Quizá porque empecé en un tiempo en el cual Penn, Avedon y Arnold Newman estaban tomando sus grandes retratos, no quise imitar ese trabajo”.

Estas fotos reflejan apenas una semana de su labor en veinticinco años de carrera. Celebremos todo lo que queda todavía por descubrir.

 


Historias secretas de Brooklyn

POR RAQUEL GARZON

Revista Ñ    15 de enero de 2016

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