Este domingo, dos días antes de las elecciones, el presidente Barack Obama dará un mitin por Hillary Clinton en una ciudad de Florida sin aparente trascendencia. Se llama Kissimmee.
En Kissimmee (69.000 habitantes) hay un lago con garzas. En Kissimmee hay señales de Peligro cocodrilos. Conduciendo por sus carreteras hay tiendas de productos Disney donde puedes comprar a buen precio un unicornio de peluche color arcoíris o un búho con los ojos rellenos de purpurina dorada.
ero en Kissimmee, sobre todo, hay boricuas. Obama no busca unicornios.
Ocurre que los cálculos dicen que el voto en Florida podría decidir la presidencia de Estados Unidos, y que el factor crucial en la orientación de ese voto podría ser el aumento del electorado puertorriqueño, de tendencia demócrat
Méndez tiene 29 años y llegó a Estados Unidos en 2015. Forma parte de la última ola de puertorriqueños en Florida. Los que escapan de la bancarrota fiscal de la isla, unos 200.000 desde 2012, se calcula, asentándose una gran parte en lo que se conoce como Florida Central, en especial en el entorno de Orlando, donde se encuentra el condado de Osceola, que incluye Kissimmee: lo que hoy busca Obama para Clinton.
Al menos tres de cada cuatro boricuas votan demócrata. Por eso la llegada de más puertorriqueños, con derecho a voto por ser ciudadanos del Estado libre asociado, puede ser clave en un estado de distribución de voto tan ceñida como Florida, donde Gore perdió con Bush por 537 votos y Obama ganó a Romney por 70.000.
“Nosotros necesitamos que los números digan que la señora Clinton ganó la elección gracias al voto boricua para demostrar nuestra fuerza y poder exigir luego lo que necesitamos”, explica el activista Jimmy Torres en un desabrido mall de Orlando.
La entrevista se corta cuando un miembro de seguridad del centro comercial se acerca a pedir que apaguemos la cámara. Es un imberbe anglosajón que no habla inglés. Torres lo conmina a que llame al mánager del mall. El muchacho se va y en lugar de volver con el gerente aparece acompañado por un agente hispano de la policía de Orlando.
Con respeto pero severo, el puertorriqueño agente Rivera le repite la orden al puertorriqueño activista Torres, pasando del español al inglés:
–O ponen la cámara en el carro o tienen que irse. It’s mall property [es propiedad del centro comercial].
Abandonamos el mall, pero Torres se queda satisfecho de haber discutido.
–Aquí, viejito, you have to make your point [tienes que hacerte respetar]. Tenemos que quitarnos de encima la mentalidad de minoría.
En Kissimmee son mayoría: un 60%. Empezaron a llegar en los noventa por la necesidad de Disney de mano de obra barata y ahora llegan por la crisis de la isla.
Pero la comunidad boricua en Florida no está asentada como la de Nueva York o la de Chicago. Está en maduración política. “Queremos repetir la experiencia de los cubanos en Miami”, dice Torres. Estas elecciones se presenta por primera vez por Florida un boricua a la Cámara de representantes y en los condados de Florida Central abundan como nunca los puertorriqueños que aspiran a cargos públicos.
La noche anterior, a unos kilómetros, un grupo de jubilados jugaba al domino en un club de puertorriqueños. Casi todos habían ejercido el voto por adelantado y se lo habían dado a Clinton. Menos Rafael Otero, un militar retirado de 54 años que recuerda las partidas de dominó que montaba con sus compañeros boricuas en las noches de Faluya o de Bagdad en la guerra de Irak. “Trump cuidará mejor a los veteranos”, dice Otero, votante republicano. “Hillary ya estuvo en el poder con su marido Bill y nunca pasaron una reforma a favor de los inmigrantes”.
Las fichas de dominó corrían y entrechocaban sobre las mesas como los datos electorales en el cerebro de los estrategas de Trump y Clinton a medida que corren las horas hacia el día del juicio final. Pero los boricuas jugaban relajados. Como Cecilia Ríos, que a sus 76 años tiene en el dominó su mejor medicina.
“Disfruto y me olvido de todo. Hasta del Donald Trump”.
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