Universidad del Pacífico

El voto identitario

Una amplia coalición de estadounidenses blancos —una mayoría que está dejando de serlo en un país cada vez más hispano— ha llevado a Donald Trump a la Casa Blanca. Los ciudadanos de origen europeo, hegemónicos en Estados Unidos desde su fundación hasta los tiempos recientes, ha actuado en estas elecciones como una minoría, un grupo identitario, una nación dentro de un país continental, que vota preferentemente por un partido, en este caso el Republicano.

Motivos económicos explican el resultado electoral. Trump entendió que una parte de la población blanca, la clase trabajadora del Medio Oeste, se había quedado desamparada, sin un partido que representase sus intereses y escuchase sus inquietudes. Este partido había sido, tradicionalmente, el demócrata. Era el partido de los sindicatos, del little guy, el hombre de la calle, el que defendía al obrero de las fábricas ante el patrón y las grandes corporaciones, representadas por los republicanos del country club, una élite económica y política.

El proceso por el que estos demócratas dejaron de serlo fue dilatado y nunca en línea recta. Comenzó en los años sesenta, cuando el presidente Lyndon B. Johnson, que era demócrata, firmó las leyes que abolían la discriminación y perdió el gran bastión histórico de los blancos del Sur segregacionista. Continuó en los setenta, cuando el republicano Richard Nixon conectó con la mayoría silenciosa de blancos espantados ante los cambios sociales acelerados —la conquista de derechos de los negros y las mujeres— y por las posiciones pacifistas de los demócratas. Otro republicano, Ronald Reagan, conquistó a este electorado con su mensaje de optimismo patriótico y económico. Eran los “demócratas de Reagan”, un perfil de votante —obreros blancos en el Medio Oeste industrial— clave para Trump.

El magnate ha captado el malestar económico de estos estadounidenses. Un mensaje fundamental ha sido la oposición a los tratados de libre comercio, a los que el presidente electo achaca los males del cinturón industrial que va de Pensilvania a Wisconsin, pasando por Ohio, Michigan e Indiana. En 2008 y 2012 estos votantes se alejaron del Partido Republicano, identificado con la familia Bush, con Wall Street y con la Gran Recesión. Candidatos como Mitt Romney, un multimillonario con una imagen elitista, no ayudaban. El Medio Oeste votó a Obama. Y el martes se volvió contra Clinton, identificada, como Romney en 2012, con las élites globales que maquinan contra el little guy. Trump le ha dado voz, ha apelado a su dignidad. “Los hombres y mujeres de nuestro país no volverán a ser olvidados”, dijo en la noche electoral.

Pero la explicación económica del triunfo de Trump es incompleta. Los sondeos a pie de urna muestran que las personas con menos ingresos votaron a Clinton. Y entre las preocupaciones principales de los votantes republicanos no figuraba la economía, sino la inmigración y el terrorismo.

El primer dato revela que la coalición de votantes demócratas tiene en los negros e hispanos uno de sus pilares: entre las personas con menos ingresos figuran las minorías (el otro pilar demócrata son los blancos con niveles educativos más altos, los que viven en las ciudades y en las costas).

El segundo dato muestra que las dislocaciones económicas no son el único motor de Trump —con Obama se ha reducido el desempleo, y el PIB crece— sino los miedos relacionados con la identidad: al inmigrante mexicano, o al terrorista musulmán. De ahí la eficacia de la promesa de construir el muro en la frontera con México o vetar la entrada a musulmanes. La raza, trauma fundacional de este país, es un factor central en los Estados Unidos de 2016.


El voto identitario

Marc Bassets

El País   11 de noviembre de 2016

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