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El nuevo radicalismo juvenil americano Estados Unidos, entre el interés privado y la acción pública

En sesión extraordinaria del sábado 3 de marzo, el Senado del estado de Florida votó la prohibición de venta del AR-15. Rifle de asalto usado en el ataque de la escuela de Parkland el último 14 de febrero, también había sido utilizado en ataques similares en el pasado; Orlando, San Bernardino, Aurora y Newtown entre otros.

Es un arma letal. Es liviana y con capacidad de disparar a gran velocidad con rondas de hasta 100 proyectiles. Su venta a civiles había sido prohibida en todo el país entre 1994 y 2004. Dicho veto, sin embargo, no se renovó al expirar en 2004 y el AR-15 se convirtió en el arma de asalto más vendida. La prohibición de la semana pasada en Florida, a su vez, duró bastante menos de una década. Tan solo 15 minutos más tarde, una segunda votación anuló la anterior.

La ira de los estudiantes de Stoneman Douglas, la escuela que sufrió el ataque del día de San Valentín, fue instantánea. Los tweets comenzaron a volar ni bien se anuló la prohibición. En uno de ellos se leían los nombres de todos los legisladores que votaron en contra de dicha prohibición, y debajo un desafiante “va a ser divertido en noviembre”, fecha de elecciones legislativas.

En reemplazo, el Senado aprobó una ley que aumenta la edad mínima para comprar este tipo de armas, una solución a mitad de camino entre el status quo y las demandas de los estudiantes, quienes estaban en Tallahassee frente a la legislatura. Otro aluvión de mensajes en las redes calificaba la ley —luego promulgada por el gobernador— como un paso en la dirección correcta pero insuficiente, solo el comienzo.

Se comprometieron a continuar con la presión. Varias empresas están de acuerdo con ellos, de hecho, Apple, Amazon y las aerolíneas Delta y United por citar algunas. Entre otras, dichas firmas se han unido en un boicot contra el NRA, la poderosa Asociación Nacional del Rifle, el lobby de los fabricantes de armas.

Protagonistas de esta historia, que es tragedia, los estudiantes se han constituido en líderes sociales. Son celebridades en la televisión y populares de a millones en Facebook y Twitter, su hábitat natural. Son inteligentes, sensatos, políticamente astutos y maduros. Han atraído la atención y el apoyo de famosos atletas y la filantropía de Hollywood, Oprah, Spielberg y Clooney entre ellos. Casi ninguno llega a los 18 años.

Son suburbanos típicos, pero de un suburbio basado en la diversidad cultural. Son hijos y nietos del sueño americano, el de la inmigración y la movilidad social ascendente. Son producto de un bien público que lucha por sobrevivir, la educación pública. Son increíblemente articulados, hablan sin una sola equivocación y son agudos, necesitan de pocas palabras para llegar al centro del problema. Al mismo tiempo, se refieren a sí mismos como niños, “we are children”.

El movimiento social que han iniciado, #NeverAgain (Nunca Más), se define como “los sobrevivientes del ataque de Stoneman Douglas”. Han convocado a una “marcha por nuestras vidas” en Washington DC el 24 de marzo. Promete ser masiva, con un objetivo concreto para las elecciones de noviembre próximo: desbancar a todo legislador que reciba contribuciones del NRA. Muchos de ellos ni siquiera podrán votar.

El subtítulo de esta columna alude a “Shifting Involvementss: Private Interest and Public Action”, el libro de Albert Hirschman publicado en 1982. Su argumento es que las sociedades tienden a fluctuar entre la búsqueda del bienestar personal y una intensa preocupación con cuestiones sociales. Se trata de una alternancia cíclica, que va de darle prioridad a la vida privada a involucrarse en la agenda pública en un incesante ida y vuelta.

Construido inductivamente, el texto es una suerte de historia estilizada de los Estados Unidos de la post-guerra. Va de la expansión económica de los cincuenta —propicia para la acumulación de riqueza— a la insatisfacción con la guerra de Vietnam y la protesta contra el racismo en los sesenta—años marcados por el activismo social y el radicalismo juvenil— para luego regresar a darle prioridad a la esfera privada a partir de la inflación de los setenta y la expansión de los ochenta.

Por ponerlo en una metáfora, las sociedades optan entre quedarse en casa o salir a la calle; es así como escriben los diferentes capítulos de su historia. Ello porque el país tal vez se encuentre en el inicio de una nueva fase del ciclo y frente a algo nuevo: el embrión de un nuevo radicalismo social, el radicalismo de un sentido común liderado por adolescentes.

Es que ellos parecen haberse dado cuenta mejor que nadie que la evolución de toda sociedad se dirime entre el interés privado, que por definición busca imponer su preferencia de política pública al resto, y la trabajosa búsqueda del óptimo social, el bienestar colectivo. Ni que hubieran sido discípulos del gran Albert Hirschman.

Poniendo lo privado y lo público juntos, se podría concluir algo como lo que sigue. El NRA representa empresas. Las empresas tienen fines de lucro. Y el lucro depende de las ventas. Los estudiantes, por su parte, repiten incesantemente que ellos solo buscan “ir a clase sin temor de ser asesinados”.


El nuevo radicalismo juvenil americano Estados Unidos, entre el interés privado y la acción pública

El País  11 de marzo de 2018

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