El periodista y escritor uruguayo, Eduardo Galeano, dijo una vez: “el machismo es el miedo de los hombres a las mujeres sin miedo”. Recientemente, el presidente Donald Trump llamó “loca” a la representante Nancy Pelosi e insinuó que estaba incapacitada por edad. Este modus operandi del presidente desde la contienda primarista se ha caracterizado por múltiples insultos a múltiples mujeres, incluyendo a las juezas del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsburg y Sonia Sotomayor, la senadora Elizabeth Warren, las actrices Anne Hathaway, Rosie O’Donnell y Angelina Jolie, la cantante Cher y la modelo Heidy Klum, entre otras.
Asumir este tipo de conducta desde la más alta palestra del poder estadounidense es indignante y peligroso a la vez. Resulta preocupante que Trump evidencie su claro menosprecio a las mujeres. Bajo su administración se han validado e implantado políticas públicas dirigidas a socavar los derechos y logros obtenidos por las mujeres estadounidenses para derrotar los principios de equidad y justicia salarial para estas.
Missouri acaba de aprobar una ley que prohíbe las clínicas que realizan abortos. Ocho estados de Estados Unidos han aprobado leyes antiaborto, en un claro retroceso al tiempo previo a Roe vs Wade en 1973. Este caso reconoció el derecho de las mujeres, en el pleno ejercicio de su privacidad, a decidir poner fin a un embarazo de riesgo o no deseado.
Recientemente la Cámara de Representantes aprobó el proyecto de ley “Paycheck Fairness Act”, que pretende atajar las brechas salariales por género en Estados Unidos e impulsar una política pública dirigida a la equidad. Las posibilidades de que Trump lo firme son nulas.
Resulta indignante que dicho proyecto haya sido impulsado desde 1997 sin éxito. En ese momento, el margen de diferencia salarial por género rondaba el 27%. Si tampoco se aprobase hoy, cuando raya en el 20%, es una afrenta a las mujeres, quienes merecen una remuneración igual a la de los hombres que realizan el mismo trabajo. Al presente, las mujeres estadounidenses ganan ochenta centavos por cada dólar que gana un hombre por la misma tarea. En el caso de los grupos minoritarios, las brechas son aún más grandes: las negras ganan 61¢, las indoamericanas 58¢ y las latinas 53¢ de cada dólar.
Gracias a la lucha por los derechos de las mujeres en Estados Unidos, estas han podido acceder a posiciones de poder. A manera de ejemplo, la primera mujer en ocupar una silla en el Congreso fue Jeannette Rankin en 1917, la primera jueza del Tribunal Supremo fue Sandra Day O’Connor en 1981, Madeline Albright fue la primera secretaria de estado en 1997 y Nancy Pelosi la primera presidenta de la Cámara de Representantes en 2007.
Pelosi enfrenta posiblemente el momento más neurálgico en la lucha por dichos derechos. El discurso de Trump y el Partido Republicano amenaza con un retroceso y hasta la pérdida de los mismos. Son tiempos en los que apremia la cohesión del movimiento feminista en Estados Unidos y en todo el mundo. Las sociedades progresistas tienen el deber de luchar contra todo intento de revocar las garantías que, a fin de cuentas, están amparadas en los principios fundamentales de la Constitución estadounidense y la Declaración Universal de los Derechos del Ciudadano.
La política conservadora, ultra derechista e insolente de la que se ufana Trump envía un contundente mensaje a los que desde las gradas le aplauden. Valida que la manera de proceder contra quien no comulga con lo que uno piensa es mediante la burla, insultos y la humillación, no solo como opositor, sino como ser humano.
Pero, las mujeres ya no temen y Trump lo sabe…
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