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Donald Trump mezcla aislacionismo y mano dura

Aislacionismo y mano dura, realpolitik y militarismo. Donald Trump, probable candidato republicano a las presidenciales de noviembre, expuso este miércoles en Washington su doctrina en política exterior. El magnate neoyorquino coloca los intereses de Estados Unidos como bien supremo. Lo resumió con el mismo eslogan, “America first”, América primero, que en los años 40 usaba el líder aislacionista y héroe de la aviación,Charles Lindbergh, contrario a entrar en la Segunda Guerra Mundial. La doctrina Trump combina el rechazo a las intervenciones internacionales con una exaltación nacionalista y militar.

El discurso debía servir para realzar el carácter presidencial del candidato. Hasta hace unos meses, casi nadie le tomaba en serio y se le asociaba más a los reality shows y a las revistas del corazón que a la posibilidad de que llegase a la Casa Blanca y tuviese al alcance de la mano el botón nuclear.

“Hoy, nuestra política exterior es un desastre total y completo”, dijo Trump, que retrató a la primera potencia mundial como un país al que nadie, ni enemigos ni aliados, respeta.

El equipo de Trump dio a entender que en Washington sonaría más serio y presidencial que en sus mítines. Si este era el objetivo, no lo logró. Fue errático y contradictorio, más mitinero que solemne, y no deshizo el escepticismo del establishment ante la posibilidad de que suceda al demócrata Barack Obama como comandante en jefe.

Defendió una política exterior agresiva y, al mismo tiempo, un repliegue estratégico. Reprendió a los aliados de la OTAN por gastar poco en Defensa y les amenazó con dejarles fuera del paraguas americano, pero después expresó su voluntad de llevarse bien con los aliados árabes y con China y Rusia.

Si hay que buscar un hilo conductor en su doctrina, podría definirse como aislacionismo militarista. No es casualidad que la institución que organizó el acto fuese el Centro para el Interés Nacional, un laboratorio de ideas fundado por el presidente Richard Nixon y adscrito al realismo político o realpolitk, que defiende que lo que debe guiar la política exterior de un país son sus intereses y no sus ideales. En el Consejo de Administración del centro se sientan las figuras más ilustres de esa escuela, como Henry Kissinger y Brent Scowcroft.

Trump empezó repudiando la idea según la cual es posible democratizar países “sin experiencia ni interés en convertirse en democracias occidentales”. Criticó la supuesta complacencia de Washington con los aliados europeos. Se quejó de que los aliados ya no se fíen de EE UU: el ejemplo es Israel, supuestamente abandonado por Obama en favor de Irán. Prometió derrotar al Estado Islámico: “Sus días están contados”.

China, según Trump, se aprovecha de la debilidad de los líderes de EE UU y ha puesto en marcha “un asalto a los empleos y a la riqueza americana”. No mencionó a México, diana habitual de sus ataques cuando habla de la inmigración y el libre comercio, pero achacó al tratado con México y Canadá, firmado en los años noventa, la crisis industrial.

El America first se aplica a la diplomacia y al comercio, en forma de políticas proteccionistas. Trump cree que el problema esencial de EE UU es que ha dejado de anteponer sus intereses al resto. “Nuestros amigos y enemigos han puesto sus países por encima del nuestro y, nosotros, aunque les tratemos bien, debemos hacer lo mismo», dijo. «No vamos a entregar este país, o su gente, a la falsa canción del globalismo”.

La tradición aislacionista y realista, que no siempre coinciden, están arraigadas en la derecha de EE UU, pero no ha sido dominante en los últimos años. El establishment del partido se ha identificado en con el intervencionismo. Algunos neoconservadores ilustres, que asesoraron al presidente George W. Bush en vísperas de la invasión de Irak en 2003, sugieren que en las presidenciales podrían votar por la candidata demócrata Hillary Clinton.

Delicado equilibrio

El discurso abre una danza delicada entre Trump y el establishment republicano. Es un hombre que ha llegado a las puertas de la nominación descartando buena parte de las ideas del partido e insultando a algunos de sus miembros más destacados. La cúpula del partido está horrorizada con la perspectiva de que su candidato, su nuevo líder, sea un demagogo sin experiencia y con una retórica xenófoba y misógina que espanta a los votantes necesarios para conquistar la Casa Blanca.

Trump conecta, como ha demostrado en los últimos meses, con las bases, también en política exterior. Hay fatiga bélica en EE UU, tras la década de guerras fallidas en Irak y Afganistán. Y el libre comercio provoca recelos: se le atribuye el desempleo, las deslocalización, la desindustrialización y el estancamiento de los salarios. Trump recoge el malestar de la base y adopta posiciones opuestas al dogma republicano.

Un presidente Trump sería una ruptura no sólo con el Partido Republicano, tradicionalmente el partido de los halcones, sino con la política exterior de EE UU. El candidato más halcón de estas elecciones probablemente sea Clinton.


Donald Trump mezcla aislacionismo y mano dura

Marc Bassets

El País     28 de abril de 2016

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