Universidad del Pacífico

Albany, museo de corrupción

Entre los candidatos a formar parte del hall de la vergüenza, zona que exhibirá a los grandes pillastres, está Sheldon Silver, uno de los políticos más importantes de Nueva York, que la semana pasada fue condenado por siete cargos de corrupción. Silver controló la Asamblea como portavoz durante dos décadas, hasta que en enero lo arrestaron por aceptar unos cuatro millones de dólares a cambio de usar fondos públicos y promover medidas legales para beneficiar a firmas privadas.

El portavoz de la mayoría republicana del Estado en el Senado, Dean Skelos, fue a su vez arrestado en mayo y acusado de corrupción junto a su hijo. En los últimos ocho años, una treintena de legisladores estatales se han visto envueltos en casos de corrupción, según los cálculos del Centro de Investigación del Interés Público en Nueva York.

¿Por qué Albany? Es en esta pequeña Albany donde se deciden las políticas de uno de los Estados más ricos de EE UU, con un presupuesto público de más de 150.000 millones de dólares. “Hay mucho dinero en movimiento aquí, sobre la mesa, y se nota la presión de los poderes de Wall Street”, apunta Russ Haven, del mencionado centro.

Ha habido algunas mejoras, pero no suficientes. El gobernador Andrew Cuomo ha recibido fuertes críticas por cerrar una comisión contra la corrupción pública que había abierto en 2013 alegando que ya había completado el trabajo. El estigma se ha construido a lo largo de muchos años.

La sala más noble del museo que proyecta Rotter se llamaría Tammany Hall, tal y como se conocía a la maquinaria del partido demócrata con la que en el siglo XIX se controlaban los negocios y la política de Nueva York.

Albany, una ciudad de menos de 100.000 habitantes, con grandes edificios públicos y una más bien discreta oferta de ocio, es la capital del Estado de Nueva York y todo un todo un símbolo de la corrupción, para disgusto de sus vecinos. Aunque uno de ellos, el profesor de música Bruce Rotter, ha decidido hacer de la necesidad virtud y busca fondos para abrir el primer Museo de la Corrupción Política, un centro para el que no se pagará entrada, sino sobornos, y que ofrecerá un recorrido visual por la “rica historia” del Estado.

“Ya que tenemos esa fama, podemos sacar algo bueno de ello, convertirlo en un atractivo turístico, pero con un trasfondo muy serio: explicar y concienciar sobre la corrupción, traer a escolares y celebrar conferencias, que políticos arrepentidos puedan venir a contar su experiencia”, explica con entusiasmo Rotter, con el plano en las manos.

A la alcaldesa, Kathy Sheehan, no le hace ninguna gracia. “Esta ciudad carga con una reputación que no es justa, nuestra comunidad está llena de gente trabajadora y con talento y esos casos de corrupción son casi siempre cometidos por gente que ni siquiera es de Albany; la mayoría de ellos son de Nueva York o de otros sitios”, defiende.

El marco legal del Estado puede favorecer la corruptela. Las normas impiden que los grupos de interés hagan obsequios caros a los legisladores, pero no las donaciones a su partido, con lo que “ese tipo de pagos se pueden hacer igualmente vía indirecta, porque no hay suficiente control en el uso que se hace de las donaciones”, dice. Además, los legisladores trabajan en su función política a tiempo parcial, y eso es fuente interminable de conflictos de intereses. “Un legislador puede salir de la Cámara y luego trabajar como abogado o como agente de seguros”, advierte Haven.

El fiscal que impulsó la investigación contra Silver, Preet Bharara, bramó en su día contra una práctica política que a la que se refirió como la de “los tres hombres en una habitación, en referencia a que, aunque hubiera más de 2000 legisladores, eran tres (el gobernador, el portavoz de la Asamblea y el líder del Senado) los que trabajaban con poca transparencia para tomar de decisiones.

Aunque menos conocida que Nueva York, Albany también es la ciudad que nunca duerme.

El País      7 de diciembre de 2015

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