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El gran proteccionista

Las matonerías de Donald Trump no han parado luego de ganar las elecciones de los Estados Unidos; por el contrario, sus amenazas, disparates y extravagancias, que causaban entre risa y temor en campaña, ahora tienen un agravante: producen consecuencias reales.

Su última escalada comenzó con un mensaje en Twitter contra General Motors, el mayor fabricante de autos de Norteamérica. Trump lo amenazó con imponer tarifas más altas a los vehículos que importa de México, si sigue trasladando la producción a ese país. Hay que recordar que en campaña el candidato republicano planteó establecer un arancel de 35% a los autos importados, para desincentivar la partida de empleo a países con trabajadores más baratos.

Aunque GM respondió asegurando que su producción mexicana es marginal dentro del mercado estadounidense, las amenazas del presidente electo fueron oídas por Ford. El otro gigante automotriz del país reaccionó de inmediato, cancelando una inversión de cerca de US$ 1.600 millones para una planta en San Luis de Potosí, produciendo un incendio en la economía mexicana, muy tocada por el incremento del gasto público del gobierno de Peña Nieto, con el peso alcanzando un nuevo mínimo histórico.

Ahora Trump intenta intimidar a Toyota, que planea abrir una planta automotriz en México, para ensamblar su modelo Corolla: «Toyota dice que construirá una planta en Baja, México, [en realidad, se trata de Guanajuato] donde construirá autos Corolla para los Estados Unidos. ¡Ni hablar! Construyan la planta en EEUU o pagarán un gran impuesto fronterizo». Aunque el fabricante japonés se ha mantenido desafiante, y asegura que no se dejará manipular, analistas financieros estiman que, de subsistir las presiones, la inversión extranjera en México podría contraerse hasta en un 15%.

Pero las barbaridades del presidente entrante no se limitan a la economía. Esta semana, en un bien informado artículo publicado en The New York Times, James Risen y Sheri Fink reflexionan sobre las consecuencias que comienzan a tener en el mundo las posturas que Donald Trump expuso en campaña sobre los Derechos Humanos. Recordemos que dijo que la prisión de Guantánamo debía ser llenada de «malos tipos», y aseguró que para conseguir que confesaran sus crímenes reviviría el empleo de torturas, empleando mecanismos incluso peores que el «waterboarding» (ahogamiento con una toalla sobre el rostro, a la que se echa grandes cantidades de agua). Si el líder de la mayor potencia de occidente legitima esta barbaridad, ¿qué se puede esperar que digan los autócratas del mundo?

Donald Trump alcanzó la presidencia de los Estados Unidos apoyándose en el lema «Make America great again» («Hagamos a América grande otra vez»). No deja de sorprender la enorme inconsistencia en el discurso de este millonario fanfarrón, estrafalario e inculto, cuyas convicciones políticas parecen fluctuar junto con sus niveles de testosterona, y que parece haber descubierto que el único camino para sacar adelante a su país es la permanente traición de todos los principios que lo hicieron grande alguna vez, como el libre mercado y la defensa del individuo. Comenzamos a experimentar los desarreglos que su imaginación delirante y su personalidad mesiánica anticipaban en campaña. Y todo esto, sin que su gobierno empiece.


El gran proteccionista

Raúl Tola

La República 7 de enero de 2017

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